Cuando la creatividad se convierte en proyecto país
En un mundo donde la economía creativa se consolida como motor de desarrollo, Uruguay tiene talento y trayectoria, pero aún debe traducir esa potencia en estrategia. El desafío está en formar perfiles capaces de pensar el país en clave de ecosistema cultural y creativo, con una visión que conecte creatividad, innovación y desarrollo sostenible.

Joanna Peluffo Velarde docente de Innovación para la Economía Creativa en el Master en Creatividad, Innovación y Comunicación de la Universidad ORT Uruguay

Uruguay cuenta con un ecosistema creativo y cultural reconocido por su calidad, diversidad y una larga tradición de construcción colectiva de identidad. Tiene talento calificado, presencia internacional creciente y una infraestructura digital avanzada. 

Sin embargo, esta riqueza es muchas veces silenciosa: se expresa en obras, proyectos y emprendimientos dispersos que aún no logran integrarse como un sistema articulado de valor. Si aspiramos a que ese talento deje de ser una promesa y se transforme en una realidad sostenida —económica y culturalmente—, necesitamos convertir la creatividad en estrategia

Esto implica potenciar profesionales capaces de entrelazar sensibilidad artística, pensamiento innovador, trabajo en equipo y rigor técnico, con músculo creativo para posicionar al país en el Cono Sur y más allá.

El contexto global no deja margen para la duda. Según el Informe mundial de la UNESCO sobre políticas culturales, La cultura: el ODS ausente, elaborado en el marco de MONDIACULT 2025, las industrias culturales y creativas representan cerca del 3,39 % del PBI mundial y el 3,55% del empleo total. En América Latina y el Caribe, su contribución promedia el 2,51 % del PBI; y en Uruguay, la economía creativa aporta cerca del 1% del PBI y unos 20.000 empleos directos (Banco Interamericano de Desarrollo, 2024)

Además, reúne una diversidad de expresiones y modelos productivos donde confluyen valor cultural, simbólico y económico. Estamos frente a un motor basado en conocimiento, donde la creatividad funciona como un insumo estratégico comparable, en impacto y escalabilidad, a sectores tradicionales de alto valor agregado.

La creatividad no es un lujo: es un recurso renovable y que debemos entrenar. Y, como tal, puede convertirse en plataforma de desarrollo. Las industrias culturales y creativas tienen el potencial de ser parte medular del crecimiento de Uruguay, porque innovar no es solo incorporar tecnología; es replantear, rediseñar, redefinir lo que producimos, cómo lo contamos, cómo lo exportamos y cómo lo sostenemos. 

Significa apostar por la diversidad de ideas, por perfiles híbridos capaces de subirse al cruce de disciplinas, de mirar un problema desde la arquitectura, la economía, la ciencia, las bellas artes, la psicología, la comunicación o la ingeniería, dependiendo del desafío.

Un ecosistema cultural y creativo dinámico, inclusivo y resiliente necesita mentes entrenadas para lo complejo. No alcanza con el talento: se requieren herramientas metodológicas, pensamiento estratégico y visión sistémica. Personas que entiendan que un proyecto creativo y cultural puede ser a la vez arte, innovación, emprendimiento, motor social, y que puedan construirlo como tal.

Esa formación no surge por accidente ni se improvisa en contextos de urgencia. Requiere espacios donde confluyan trayectorias diversas, experiencias heterogéneas y disciplinas que rara vez dialogan. 

Solo la conjunción multidisciplinaria permite imaginar soluciones para desafíos persistentes en los sectores cultural y creativo: baja escala del mercado interno, informalidad, centralización urbana, falta de datos, escasa profesionalización y dificultades de acceso a financiamiento adaptado a las lógicas del sector. 

La literatura especializada coincide en que las industrias creativas y culturales aportan crecimiento económico, cohesión social, innovación transversal y una capacidad singular de respuesta frente a crisis complejas. Formar profesionales que piensen en clave de ecosistema —y no desde compartimentos estancos— es clave si Uruguay apuesta a consolidarse como un hub creativo sostenible, diverso e inclusivo en el Cono Sur.

Pero más allá de la economía, fortalecer el ecosistema cultural y creativo implica consolidar calidad, forjar identidad y celebrar diversidad. Implica ser un país que no solo consume cultura, sino que la produce con convicción: desde lo local, pero con mirada global; desde las raíces, pero con voluntad de innovar; con talento, pero con estructura profesional. 

El rol de la formación aparece entonces como pieza estratégica. En la asignatura Innovación para la Economía Creativa, que forma parte del Master en Creatividad, Innovación y Comunicación de la Universidad ORT Uruguay, trabajamos con estudiantes de diseño, comunicación, ingeniería audiovisual, arquitectura, psicología, negocios y otras áreas. La diversidad es la norma. Y es ahí donde la creatividad cobra sentido operativo.

Una de las cosas que más expande mi mundo profesional es trabajar con estos grupos de personas curiosas, críticas y dispuestas a cocrear la experiencia de aprendizaje. En tiempos de vértigo e hiperconectividad, reservar horas para pensar el valor del arte, la cultura y la creatividad —y su cruce con innovación y desarrollo— es un privilegio, y también una responsabilidad. 

En el aula proponemos un recorrido analítico y práctico para comprender cómo creatividad, conocimiento e innovación generan valor; cuestionamos marcos teóricos y problematizamos la noción de talento. Exploramos tendencias globales y metodologías aplicadas, diseñamos proyectos innovadores desde marcos técnicos y creativos. 

También interpretamos interacciones entre actores del ecosistema y su sostenibilidad, relacionamos a la economía creativa con derechos culturales, innovación y ODS. Pero sobre todo, reflexionamos sobre el rol propio de cada persona como agente de cambio capaz de impulsar una cultura de innovación, sostenibilidad e inclusión desde lo personal y la práctica profesional.

Lo que ocurre en esas horas compartidas cobra sentido después, cuando toca contribuir a decisiones que afectan directamente a la comunidad creativa del país. La creatividad ha sido siempre un recurso latente de crecimiento. Hoy, más que nunca, tiene el potencial de ser nuestra carta de proyección. Pero necesita decisión: formar agentes de cambio capaces de liderar transformaciones, personas que sepan pensar distinto, pero sobre todo, pensar juntas. 

Si entendemos que enseñar, facilitar y acompañar procesos también es construir futuro, entonces cada aula, cada proyecto y cada conversación interdisciplinaria se vuelve parte de algo mayor: un Uruguay que integra arte, cultura, innovación, sostenibilidad y creatividad como núcleo de su desarrollo. 

En 2024 asistí a la primera edición de Forbes Reinventando Uruguay Summit, donde Pablo Casacuberta afirmó: “Uruguay no está terminado (…) hay que seguir desarrollándolo”. Desde entonces esa frase me acompaña, porque plantea un llamado estratégico que trasciende la coyuntura: nos interpela la manera en que imaginamos el país y el lugar que otorgamos a la creatividad en ese proceso. Si Uruguay “no está terminado”, entonces lo que tenemos hoy es una oportunidad: la posibilidad real de diseñar, con intención y visión, nuestro próximo capítulo.