Invertir en bosques: la nueva inversión de moda entre los ultra ricos que promete un 7% anual
¿Vale la pena invertir en bosques? Riesgos y rentabilidad de un negocio que es a largo plazo.

Invertí capital y ayudá al planeta al mismo tiempo: sé dueño de un bosque. Esa es la propuesta de Angela Davis, presidenta de Campbell Global en Portland, Oregón, una firma que administra US$ 10.000 millones por cuenta de instituciones y personas con alto poder adquisitivo. Hasta ahora, compró 560.000 hectáreas de bosques, la mayoría en Estados Unidos, aunque también tiene propiedades en Australia y Nueva Zelanda.

No esperes que la tierra forestal rinda como las acciones de empresas de semiconductores. "Los inversores forestales no suelen buscar un alto riesgo ni una alta rentabilidad", explica Davis. ¿Entonces, qué buscan? Cuatro cosas más: un ingreso, cobertura contra la inflación, una baja correlación con el mercado bursátil que ayude a estabilizar la cartera y un beneficio ambiental claro, ya que estos bosques ayudan a sacar carbono del aire.

Pedro Oliveira para Forbes.

La producción es natural: los árboles crecen solos. El Abeto Douglas, considerado el árbol del dinero en el noroeste del Pacífico, se corta a los 45 años. Una propiedad forestal con parcelas distribuidas de manera pareja según la edad de los árboles tiene, en promedio, ejemplares de 22 años. Eso implica que, cada año, se puede extraer madera de árboles maduros equivalente al 4,4 % del volumen total del bosque.

Ese 4,4% de rendimiento botánico es la base sobre la que se calcula la rentabilidad esperada. Los precios de los troncos, que dependen mucho de la demanda del sector de la construcción, son muy volátiles. Sin embargo, a largo plazo, tanto esos precios como el valor del terreno ya talado deberían mantenerse a la par de la inflación. Con ese escenario, alcanzar una rentabilidad nominal del 7 % es posible.

Además, Davis busca ganarle al promedio con una gestión inteligente del terreno. El año pasado, sus bosques absorbieron dos megatoneladas netas de dióxido de carbono, lo que le permitió generar créditos de carbono comercializables. Tiene un equipo de 75 silvicultores que monitorean plagas y coordinan la tala selectiva de árboles enfermos antes de que el problema se propague. Frente al riesgo de incendios, utilizan excavadoras para abrir cortafuegos.

Una hectárea de Abeto Douglas, si se deja crecer y se corta en el año 45, puede rendir unos 26,6 metros cúbicos de madera aserrada, con un valor cercano a los US$ 17.000 cuando llega al aserradero. Nada mal, sobre todo si se tiene en cuenta que los bosques de Oregón y Washington, al oeste de las Montañas Cascade, se compran por entre US$ 4.000 y US$ 7.000 la hectárea.

Pero del árbol en pie al cheque del aserradero hay un largo trecho. Los dueños de tierras en esa zona suelen perder al menos la mitad de los ingresos en el proceso de cultivo y cosecha. Talarlos requiere maquinaria costosa y peligrosa. Después hay que arrastrarlos con cables por laderas empinadas y resbaladizas, cortarlos en secciones, cargarlos en camiones y llevarlos al aserradero. Los restos, como ramas o partes rotas, se queman o se trituran.

La reforestación bien hecha rinde más que dejar que el bosque se regenere solo, pero tiene un costo alto. "Se siembra demasiado y después se aclara, como las zanahorias en una huerta", señala Davis.

Entre la siembra y la cosecha, siempre se pierde una parte del terreno por incendios, inundaciones, plagas o enfermedades. Además, una fracción de la superficie —en una compra reciente de Campbell en la península Olímpica fue el 16 %— queda fuera de explotación porque está cerca de un arroyo con truchas o de un nido de búhos. También hay que negociar con los osos: salen de la hibernación con tanta hambre que arrancan la corteza de los árboles, a menos que se les dejen canastas con comida.

Una empresa de gestión forestal como Campbell —que en 2021 fue comprada por JPMorgan Chase— también cobra su parte. Campbell no detalla sus honorarios, pero sí admite que, como un fondo de cobertura, se queda con un porcentaje de los activos y una bonificación por rendimiento.

¿Y qué les queda a los inversores? Los que pusieron plata en la última ronda de financiación de US$ 2.300 millones de Campbell pueden considerarse verdaderos inconformistas. Aunque el negocio de la madera tuvo años muy buenos —como el período entre 1991 y la crisis financiera— en el último tiempo no rindió bien. Campbell no informa los resultados de sus sociedades, pero se pueden mirar los fideicomisos de inversión inmobiliaria que cotizan en bolsa y son dueños de tierras forestales. En los últimos diez años, el rendimiento promedio fue apenas del 4 % anual, muy por debajo del que ofreció el mercado de acciones.

Davis se queja de que los fideicomisos de inversión inmobiliaria no tienen la misma flexibilidad de plazos que ella maneja. Todos están atados a aserraderos y necesitan mantenerlos activos, por lo que cortan árboles incluso cuando los precios son bajos. Su estrategia ante una caída en el mercado de la madera es simple: "Déjenlo crecer. Vendan un mayor volumen a un precio más alto más adelante", dice.

Nació hace 60 años en Portland, cuando la madera era el motor económico de la región. Hoy el negocio está más diversificado, pero, como dice ella, "es difícil crecer en Portland sin tener una conexión con la tierra". De chica, recuerda juntar avellanas en el campo familiar. Sin embargo, su vínculo con la silvicultura no empezó por la naturaleza, sino por las hojas de cálculo.

Estudió finanzas en la Universidad de Linfield, cerca de su casa. Primero trabajó como auditora y después como analista de inversiones en la tesorería del estado de Oregón. Se sumó a Campbell a principios de los 2000 y en octubre asumirá como directora ejecutiva.

Su tarea es combinar datos geográficos, climáticos y del volumen de los árboles para anticipar cómo será una cosecha dentro de varias décadas. Mucho de eso —como pasa con los viñedos— tiene que ver con entender el terroir: qué ritmo de crecimiento pueden sostener el suelo y la lluvia.

Las hojas de cálculo proyectan dos ciclos de crecimiento. Noventa años es una espera larga, incluso para los inversores más pacientes. Pero no es necesario quedarse tanto tiempo. Una parte importante de la rentabilidad viene, no de la cosecha, sino de la venta de hectáreas una vez que los árboles ya crecieron. El último fondo de Campbell, por ejemplo, incluye una opción de salida a los 12 años.

Desde la década del 80, los ambientalistas lograron imponer recortes fuertes en la tala de bosques ubicados en tierras federales. Pero el presidente Trump quiere volver a poner en marcha las motosierras. A pesar de que eso podría significar una competencia directa para sus negocios, Davis no está en contra. Dice que los bosques abandonados son más vulnerables a los incendios, lo que puede borrar en segundos décadas de captura de carbono.

"Para que el bosque esté sano, hay que cosechar", sostiene Davis. "Retiren los escombros muertos y moribundos. Construyan caminos", agrega. Puede que tenga intereses en juego con la leña, pero no le falta razón. Si esos caminos ayudan a prevenir incendios, hasta podrían terminar siendo una buena noticia para los búhos y los osos.

 

Nota publicada por Forbes US