Estados Unidos y Australia firmaron un acuerdo en busca de trastocar la configuración global de las cadenas de suministro de minerales críticos. El entendimiento, que se concretó el lunes en la Casa Blanca, incluye una inversión conjunta de hasta US$ 8.500 millones para fortalecer la producción y el procesamiento de tierras raras, un recurso clave para la energía, la defensa y la tecnología.
El presidente Donald Trump y el primer ministro Anthony Albanese encabezaron la firma del pacto en la Sala del Gabinete. Durante el encuentro, ambos mandatarios coincidieron en la necesidad de quitarle peso a la influencia de China, que hoy concentra más del 80 % de la capacidad global de refinación de tierras raras y hasta el 90 % de la producción de imanes de alta calidad derivados de estos materiales, esenciales para el desarrollo de sistemas militares y tecnologías estratégicas.
Los dos países comprometieron US$ 3.000 millones como desembolso inicial en los próximos seis meses. Además, el Banco de Exportación e Importación de EE.UU. anticipó la emisión de siete cartas de interés por un total de US$ 2.200 millones, lo que elevaría la cifra final de inversión a más de US$ 5.000 millones.
Entre los puntos centrales del acuerdo se encuentra la financiación conjunta de nuevos proyectos mineros y plantas de refinación en suelo australiano. Uno de ellos será una instalación en Australia Occidental destinada a producir 100 toneladas métricas anuales de galio, un componente clave para la industria tecnológica y la defensa. El Pentágono, que en julio compró el 15 % de MP Materials, la mayor refinería de tierras raras de EE.UU., participará también en esta nueva etapa con apoyo financiero directo.
Las razones detrás del pacto
La decisión no es improvisada ni responde únicamente a una cuestión económica. El 9 de octubre, China impuso nuevos controles de exportación sobre una docena de minerales críticos y sobre tecnologías vinculadas a la minería y separación de tierras raras. La medida se suma a otra restricción previa, anunciada en abril, sobre siete elementos adicionales, cuya exportación ahora requiere la aprobación directa del gobierno chino.
Ese movimiento encendió alarmas tanto en Washington como en Canberra. Trump ironizó ante los periodistas: "Dentro de aproximadamente un año, tendremos tantos minerales críticos y tierras raras que no sabremos qué hacer con ellos", aunque su comentario no hizo más que evidenciar la urgencia de cortar la dependencia del mercado chino.
Para el gobierno norteamericano, el objetivo es evitar que una potencia rival controle materiales imprescindibles para el funcionamiento de industrias fundamentales como la energética, la electrónica, la automotriz y la defensa. En paralelo, Australia quiere posicionarse como un proveedor confiable de minerales críticos en medio de las crecientes tensiones entre las dos economías más grandes del mundo.
En el plano geopolítico, las tierras raras dejaron de ser un tema técnico para convertirse en una cuestión de seguridad nacional. Las administraciones estadounidenses, desde Bill Clinton hasta Joe Biden, evitaron durante años habilitar nuevos yacimientos por cuestiones ambientales. Eso provocó una dependencia crónica de las importaciones chinas, tanto de los minerales en bruto como de los productos derivados. Ahora, la situación cambió. Trump impulsa este nuevo acuerdo con la intención de blindar las cadenas estratégicas y reducir la exposición ante futuros bloqueos comerciales o sanciones políticas. El entendimiento con Australia también le permite llegar con una carta fuerte a su próxima reunión con el presidente Xi Jinping, prevista para fines de octubre en la cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico que se realizará en Corea del Sur.
Australia como actor clave
Albanese sostuvo que el acuerdo servirá para "aprovechar las oportunidades que existen", en relación con los proyectos mineros y de refinación en su país. Con una geografía rica en minerales críticos y una alianza firme con EE.UU., Australia se posiciona como un jugador fundamental para reconfigurar las cadenas de suministro globales.
El acuerdo marco firmado esta semana podría representar el primer paso de una política más amplia que involucre también a otros países aliados, como Canadá o Japón, interesados en reducir su exposición a las decisiones de China.
Aunque los términos completos del pacto todavía no fueron divulgados, el eje está puesto en garantizar cadenas de suministro más estables, menos vulnerables y alejadas del dominio de una sola potencia. En esa lógica, el acuerdo entre EE.UU. y Australia no sólo busca ganar terreno en la economía de los minerales críticos, sino también enviar una señal política de cara a la disputa global por el control de los recursos que sostienen las industrias del futuro.
Ambos gobiernos creen que tienen margen para ejercer presión, pero reconocen que el desafío será sostener esa estrategia en el tiempo. La experiencia reciente demuestra que China no cede con facilidad. Por eso, más que un golpe de efecto, este pacto se inscribe en una guerra larga y silenciosa por el dominio de los materiales que hacen funcionar el mundo.