Diego Pasjalidis Director, conferencista y autor especializado en innovación
No es lo mismo trabajar bajo presión que bajo tensión. Entender esta diferencia puede definir el destino emocional, productivo y humano de toda una organización.
Presión vs. tensión: dos climas, dos resultados
Existe una delgada línea que separa la energía del agotamiento. Trabajar bajo presión implica actuar en un entorno con desafíos altos, plazos ajustados y metas ambiciosas, pero con propósito, claridad y acompañamiento. Bien gestionada, la presión no destruye: canaliza energía, enfoca, estimula la creatividad y acelera decisiones. @@FIGURE@@
Trabajar bajo tensión, en cambio, es otra historia. Es operar en un clima donde la exigencia se combina con miedo, incertidumbre o desconfianza. La tensión no impulsa: restringe. No saca lo mejor, sino lo más primitivo: respuestas defensivas.
La presión genera adrenalina productiva; la tensión, cortisol emocional. Y esa diferencia química también es una diferencia cultural.
Lo que se ve y lo que no
@@FIGURE@@El primer equipo se exige porque confía; el segundo, porque teme. Uno siente responsabilidad; el otro, culpa. Esa distancia emocional explica por qué algunas culturas organizacionales evolucionan, mientras otras se quiebran internamente sin que los indicadores lo reflejen.
El liderazgo como regulador del clima emocional
Un líder no puede evitar la presión: los resultados, los plazos y los desafíos son parte del juego. Pero sí puede actuar como factor regulador del clima emocional del equipo, evitando que la presión se transforme en tensión.
- Presión es que nos pidan un resultado exigente. Tensión es que nos pidan lo mismo sin escucharnos ni acompañarnos, o generando miedo a fallar.
- Presión es que nos digan "esto tiene que salir bien"; tensión es sentir que, si sale mal, alguien nos va a señalar.
- Presión es desafío compartido; tensión es aislamiento institucional.
Un buen líder no es quien elimina la presión, sino quien cuida los vínculos y genera contención para que esa presión no se vuelva tóxica.
Los equipos que funcionan bajo presión —y no bajo tensión— comparten rasgos visibles:
- Tienen propósito claro.
- Confían en sus capacidades.
- Mantienen diálogos abiertos.
- Reconocen avances, no solo resultados.
- Cuentan con líderes presentes y accesibles.
Un equipo bajo tensión, en cambio, empieza a mostrar señales sutiles: comentarios irónicos, silencios prolongados en las reuniones, sobrecarga de correos, microcríticas disimuladas. Nada parece grave... hasta que un día se van los mejores talentos.
Fortalezas que marcan la diferencia
Cada equipo debería fortalecer dos capacidades distintas, según la situación.
Frente a la presión: la resiliencia productiva, la capacidad de sostener el esfuerzo sin perder foco ni cooperación. Frente a la tensión: la inteligencia emocional colectiva, la habilidad de identificar climas negativos a tiempo, expresarlos y restaurar la confianza.
Un liderazgo maduro entiende que ambas competencias se entrenan, y que no hay innovación sostenible en un entorno emocionalmente frágil.
Claves prácticas
Si el equipo está bajo presión:
- Definir prioridades: lo urgente sin foco se convierte en caos.
- Compartir el propósito: que todos entiendan por qué vale la pena el esfuerzo.
Dosificar la energía: la presión se gestiona, no se niega. - Reconocer el progreso: cada paso cuenta cuando el camino es cuesta arriba.
Si el equipo está bajo tensión:
- Nombrar lo que ocurre: lo que no se dice, se enquista.
- Escuchar sin defensas: a veces el problema no es la meta, sino la forma.
- Reconstruir vínculos: la tensión se disuelve con presencia, no con planillas.
- Restablecer el clima: un equipo que vuelve a confiar, vuelve a crear.
El costo de no distinguir las diferencias
Las organizaciones que confunden presión con tensión terminan celebrando el agotamiento como compromiso. Cuando eso sucede, los equipos no rinden más: se vacían más rápido.
La cultura del "aguante" puede sostener resultados un trimestre, pero erosiona el talento a largo plazo.
La diferencia entre presionar y tensar no es semántica, es estructural: una crea valor, la otra destruye vocación.
Por eso, cuidar la energía es cuidar la cultura. Presión y tensión son fuerzas opuestas que habitan toda organización: una impulsa hacia la excelencia; la otra corroe silenciosamente la confianza.
El líder que distingue ambas no solo protege la productividad, sino también la humanidad de su equipo. La verdadera competencia del futuro no será técnica, sino emocional: liderar sin quebrar a las personas en el proceso.
La presión bien gestionada forma carácter; la tensión mal gestionada deforma culturas. Y el liderazgo comienza, precisamente, cuando aprendemos a distinguir entre ambas.
(*) Diego Pasjalidis es director de posgrados y maestrías de ITBA, conferencista y autor especializado en innovación.