El crédito no es el malo de la película: usémoslo para incluir
A continuación, la decimotercera entrega de una serie de columnas que Martín Guerra, socio fundador de InCapital, Handy y Paigo escribe para Forbes Uruguay.

Martín Guerra Socio fundador de InCapital, Paigo y Handy

Esta es la última columna de esta saga sobre el crédito. Los comentarios y mensajes que me han llegado reafirman la necesidad de poner este tema sobre la mesa y discutirlo con datos, no desde los prejuicios. 

Hace años que mi trabajo gira en torno a un desafío: acercar el crédito y los servicios financieros a más personas y microempresas, con soluciones que sean dignas, útiles y sostenibles.

Por eso siempre me resultó frustrante ver cómo en Uruguay se habla del crédito como si fuera una amenaza, cuando en la práctica es una herramienta de progreso y de justicia social. 

Con esta serie de columnas quise aportar mi mirada sobre los prejuicios más comunes en torno al crédito y su impacto real en la vida de las personas, los emprendedores, la economía y hasta en las elecciones. 

Un mito recurrente es creer que los consumidores de menores recursos no entienden sus decisiones financieras. Eso es un error. Las familias hacen magia con presupuestos mínimos. El problema son los productos diseñados desde un excel que no contemplan la realidad de estas personas. 

Otro prejuicio es pensar que bajar las tasas generará crédito más barato. Suena atractivo, especialmente en campaña electoral, pero no es el camino. Las tasas reflejan riesgos, costos operativos y el precio del fondeo. Si un préstamo deja de ser rentable, no se abarata: simplemente desaparece. Poner topes arbitrarios, sin medir riesgos ni costos, termina expulsando a los más vulnerables hacia opciones caras y violentas. ¿A quienes recurren? ¿Quién ocupa el espacio del crédito formal? Redes de micro-crédito vinculadas al narcotráfico, que funcionan con cobros violentos y hasta mutilaciones por impago. 

También se insiste en presentar métricas como la TEA (Tasa Efectiva Anual), que es confusa, no muestra la realidad de los préstamos cortos, además de reforzar la idea de que siempre se explota al consumidor y que las empresas ganan desmedidamente. 

El crédito tiene un impacto mucho más profundo de lo que solemos reconocer. Para las personas es un salvavidas frente a imprevistos que pueden cambiarlo todo. Para los emprendedores y microempresarios —esos más de 200.000 cracks que no levantan rondas de inversión pero sí levantan persianas y se reinventan todos los días— es la herramienta que les permite crecer, sostener empleos y mantener comunidades; para la economía, es un motor que impulsa el consumo y la producción. Hasta en la política tiene peso: cuando la gente siente que puede acceder a crédito y progresar, cambia su percepción de futuro y eso también se refleja en las elecciones. 

La región ya mostró que otro camino es posible. En Brasil se logró una inclusión masiva gracias a la combinación de innovación tecnológica, escalamiento responsable y regulación inteligente. Nubank y Mercado Pago, entre otros, incluyeron a millones de personas que antes eran invisibles para el sistema financiero. ¿Cómo? Habilitando nuevas formas de evaluar riesgo, con más y mejores datos. Con el consentimiento del cliente, se accede a información sobre ingresos y comportamiento financiero, lo que permite prestar mejor, con menos riesgo y más precisión. En Uruguay, en cambio, seguimos trabajando con información limitada, lo que nos deja en desventaja para construir inclusión real.

La práctica del escalamiento —aumentar el crédito de a poco según el buen comportamiento— funciona, pero si se hace sin información ni límites claros, puede transformarse en sobreendeudamiento. Los empresarios financieros tenemos la responsabilidad de ofrecer crédito bien evaluado y para ello es fundamental contar con información. 

Hoy en Uruguay hay 1.400.000 adultos que no tienen tarjeta de crédito. Eso significa que más de la mitad de la población sigue fuera del sistema formal. Es el lugar donde estaba Brasil hace 10 años, antes de que lograra expandir la inclusión masiva. 

Concluyo esta serie con la misma certeza con la que la empecé: el crédito no es el malo de la película. Dejemos atrás las narrativas de miedo y apostemos a lograr que el crédito sea una herramienta potente para un futuro más inclusivo y próspero.

*Para leer más columnas de Martín Guerra, clic acá.