Navegar en un mar revuelto
Nelson Fernández Salvidio Periodista, docente y escritor
Nelson Fernández Salvidio Periodista, docente y escritor
A un año de la elección que marcó el cambio de gobierno, y cuando el Parlamento debate sobre el plan de políticas públicas del Presupuesto, el mundo cumple el primer cuarto del siglo XXI, que ha tenido cambios como para desacomodar todo el tablero.
El fin de la Guerra Fría fue con el derrumbe del Muro de Berlín y el desmoronamiento de la URSS y el bloque de países socialistas. Los Estados Unidos concentraron peso, como ganadores de la batalla entre capitalismo y socialismo, pero luego perdieron hegemonía.
China emergió como potencia global, rival directo de EE.UU., y con estrategia y tono diferente al de la URSS; es un comunismo político que usa al mercado como dinamizador de la economía y la diplomacia comercial invasiva al resto de países.
Rusia, con ánimo expansionista y sueños imperiales, desafía el orden internacional con guerras e influencia energética. Europa se debilita, tanto con el Brexit como con devaluación de liderazgos políticos, y eso generó clima propicio a expresiones de nacionalismos extremos.
Y, sea en Europa como en otras regiones del mundo, los nacionalismos radicales y los movimientos de populismo remodelan democracias y sistemas internacionales.
El terrorismo del movimiento yihadista radical ha golpeado con total dureza con atentados que dejaron miles de muertos: Nueva York (2001), Madrid (2004), Londres (2005), París (2015), Niza (2016), Manchester (2017), Sri Lanka (2019) e Israel (2023).
El mundo es más impredecible, más volátil y riesgoso. La geopolítica tecnológica y las cuestiones relativas al ambiente y a los cambios de clima hoy son tan significativos como el campo militar.
Sudamérica se fue tiñendo de un progresismo con versiones populistas (Argentina), de izquierda refundacional (Bolivia, Ecuador), régimen totalitario (Venezuela) o de izquierda moderada (Brasil, Uruguay, Chile en tiempos de "concertación"), y luego tuvo un revival liberal en cada país.
Al terminar el cuarto de siglo no hay un común denominador en Sudamérica: Lula volvió a Brasil luego de Bolsonaro; Argentina pasó de Macri al kirchnerismo y a un liberalista radical como Milei, que precisa moderarse para tomar medidas; Chile sale de un gobierno de izquierda adolescente que convivió todo el período con más de 60% de desaprobación; Paraguay sigue con el hegemónico coloradismo (ANR); Bolivia vive el fracaso del MAS de Evo Morales, y así, con un panorama diverso.
¿Y en Uruguay?
En marzo la izquierda volvió al gobierno en condiciones muy diferentes a las que tuvo cuando lo hizo por primera vez, en 2005, y que fue para un ciclo de tres períodos seguidos (2005-2020).
En lo político, sus tres gobiernos contaron con mayoría propia en ambas cámaras legislativas y con líderes políticos fuertes al frente del gobierno y en cada sector de la coalición de izquierda.
Ahora precisa negociar siempre en Diputados los dos votos que le faltan (lo ha podido hacer con los dos electos por Cabildo), y la izquierda no ha podido procesar la renovación de liderazgos por el fallecimiento de Vázquez, Astori y Mujica.
En lo económico, había llegado luego de una larga y dura recesión (fines de 1998 y 2003) y una triple crisis financiera en 2002 (bancaria, cambiaria y de deuda), en tiempos en que el país había despejado ese tembladeral, y el mundo ofrecía un buen panorama de precios de productos exportables.
En esas condiciones, aunque no fuera sencillo, había margen para aumentar el PIB, el empleo, el salario real y bajar la pobreza.
Esta vez llegó cuando se venía creciendo, a baja tasa, con el empleo y salario real alto, y con una restricción presupuestal para evitar que el déficit y la deuda expongan al país a "tarjeta amarilla".
No aparece un símbolo de esperanza que deslumbre, ni asoma una tendencia de mejora sustancial que asombre, y eso se ve en la evaluación popular sobre la gestión del presidente Orsi, que es menor a la del gobierno anterior y a la de los primeros gobiernos frenteamplistas, con muchos que se ubican en ni-ni: ni aprueba ni desaprueba.
*Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa de Forbes Uruguay de Octubre de 2025. Para suscribirte y recibirla bimestralmente en tu casa, clic acá.