Qué ver: María Callas y Parthenope, la belleza como culto a lo largo de dos vidas
En streaming y en cine, dos películas retratan realidades y ficciones a través de miradas muy distintas que buscan la estética y su cuestionamiento

Que la belleza es un canon artificial muy relacionado a lo comercial, ya lo sabemos. Que esto  ha dado pie a lo que se considera como criterios hegemónicos de lo bello, también se sabe y se ha discutido hasta el hartazgo. Cómo eso atraviesa una vida y construye una figura, ha sido tratado por el cine. Dos casos recientes son María Callas, en Prime Video, y Parthenope, aún en funciones limitadas en Cinemateca.

En ambos casos, los retratos de esas vidas, la primera real y la segunda ficticia, atraviesan un proceso de estetización. Es decir, un modo particular de apreciar y resaltar la belleza y la elegancia. También en las dos películas, sus protagonistas se paran entre la disyuntiva de la belleza que el mundo exterior cree ver en ellas y lo que ellas buscan. 

Desde la ópera

Marías Callas (cuyo título original es simplemente María, porque responde a una trilogía de biopics del mismo realizador que se completa con Jackie y Spencer), toma los últimos días de la vida de la diva de la ópera, encarnada por Angelina Jolie. El director chileno Pablo Larraín le da un tratamiento vistoso y operático por momentos, para enfocarse en la mente de una figura que sigue siendo admirada, pero que está físicamente en su ocaso. 

Al igual que El ocaso de una vida (Sunset Boulevard, de Billy Wilder), comienza con la muerte de la protagonista para luego retroceder. ¿Cómo murió? No lo sabremos hasta el final. Lo que Larraín va contando en la película es la manera en que Callas atravesó la última etapa de su vida. Para esto, hace que ella alucine con un joven periodista que la entrevista de manera muy artificial, pero que oficia de vehículo narrativo para reconstruir episodios de su vida. 

Maria Callas. Foto: Difusión

El medicamento que toma y al que es adicta le causa estas imágenes y la hace encontrarse en situaciones operáticas en plena calle. Esto, que podría dar pie a una película musical, crea momentos que muestran a María Callas sola y lejos de la gloria del escenario. Es decir, una estrella encerrada en su mente y recuerdos. La idea y el sentimiento de final de una carrera se enfatizan con encuentros reales entre ella y un músico para ensayos, que indefectiblemente terminan en fracasos.

A diferencia de El ocaso de una vida o incluso de la genial y siniestra ¿Qué pasó con Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962) no se trata de una estrella olvidada. Callas sigue siendo una diva querida, respetada e incluso perdonada por su público, como se ve en una escena. Larraín se ocupa de expresar la vigencia de ese estatus mediante los escenarios en los que la coloca, en el vestuario y en las situaciones que representa. En lo interior, Callas se da cuenta de que podrá mantener la elegancia, pero ya no las cualidades que tenía para su arte. El desbalance es enorme entre ese exterior cuyo glamour y estetización están vivos y un mundo interior que se apaga.

Desde la mitología

María Callas está sola, como Parthenope, la protagonista de la película de Paolo Sorrentino. En este caso, la historia comienza con su nacimiento y recorre su vida con un tratamiento entre fantasioso y onírico. La belleza canónica y su magnetismo serán el eje. 

Parthenope, cuyo nombre alude a una sirena asociada a la ciudad de Nápoles, es una chica que deslumbra y atrae a todos a su alrededor. La película representa esto de una forma casi mágica, en escenas en las que, por ejemplo, un grupo de remeros se detiene a contemplarla desde el mar cuando ella está en su balcón, o cuando un millonario la descubre y la corteja desde su helicóptero. 

A lo largo de su proceso vital, Parthenope atraviesa una vida aparentemente ligera, entre novios y en una familia en la que el dinero no es un problema. Desde la primera escena, en la que el protector de su familia le trae un lujoso carruaje de Versalles como ofrenda por su nacimiento, todo lo fantasioso de la historia será mostrado con naturalidad y fluidez. Así, los devaneos de carrera de la protagonista, primero con la actuación y luego con la carrera de antropología, se sucederán entre situaciones eróticas y poéticas. 

Parthenope. Foto: Difusión

A diferencia de María Callas, en Parthenope hay sexo. Sexo contenido o concretado, con el que la protagonista, que siempre tiene la respuesta justa (es algo explícito en la película) jugará y se hará valer en ese mundo de postal en el que es codiciada. Y, a diferencia de aquella, aquí la narración va en orden cronológico y contemplamos el crecimiento del personaje hasta su etapa como una respetada y veterana profesora de antropología. 

En Parthenope no hay lamentos por una belleza perdida ni por el olvido. Hay soledad. De algún modo, a pesar de las vidas sociales y las interacciones, todos sus personajes parecen estar solos y no poder acercarse del todo al otro. El cruce de Parthenope con su admirado John Cheever (Gary Oldman), es uno de los muchos ejemplos, porque entre ambos hay respeto, admiración y también conciencia de que su acercamiento es imposible. 

La Callas, la diva, también está sola con su belleza. Aunque en este caso el cineasta pone el foco en un momento muy introspectivo de su personaje, la estetización de su mundo es fundamental. Sorrentino hace lo mismo con su Parthenope, ya que casi todos quienes la rodean responden a cánones de belleza hegemónicos y cada fotograma es un cuadro elaboradísimo. Será así hasta el momento en el que se nos revela una sorpresa de parte de un personaje que apareja un desafío brutal ante nuestros criterios y los de la misma protagonista. 

Parthenope. Foto: Difusión

Tanto en los personajes de María Callas como en Parthenope es el mundo exterior el que aprecia belleza en ellas. Las dos, por su lado, tienen una idea muy distinta. Callas siente que ha perdido el encanto de su voz. Parthenope se ve atraída por algo que no es la belleza física estereotípica que ella misma representa. 

Es inevitable que el retrato cinematográfico de una vida, sea cual sea, no pase por un proceso de estetización. Así sea la vida más pobre (pensemos en ¿Quién quiere ser millonario?, de Danny Boyle) o la más glamorosa. Una parte del arte cinematográfico está en las decisiones que se toman para ese enfoque. Y cuando se busca la belleza hegemónica como principal criterio aparece el riesgo de crear un producto vacío. Excepto que el espectador o espectadora se pregunte qué hace uno ante esa belleza, qué refleja la película con ella y en qué contexto se sitúa.