Qué ver: Avatar, fuego y cenizas, los embajadores de los parques de diversiones
La tercera película de la franquicia creada por el canadiense James Cameron llega a los cines envuelta en tecnología, imágenes y sonidos deslumbrantes. También se estrena (y existe) como motor de una máquina para vender entradas y generar nuevos negocios.

Desde hace diez o 15 años, el adjetivo “épico” apareció en la vida de niños, niñas, adolescentes y hasta jóvenes. Puede describir una broma que causó un gran efecto, un evento especial en vivo de un streamer o casi cualquier episodio y vivencia. El cine de la gran industria estadounidense se adueñó del término y lo aplica en sus superproducciones, para que el espectador sienta que cada minuto de película valió el precio de la entrada (que se acerca al de la mensualidad de un servicio de streaming).

Avatar, fuego y cenizas, la tercera y tal vez no la última de esta serie, sigue esa lógica. Porque es épica en cuanto a que narra una epopeya heroica, tal como define la RAE, y es épica porque es visual y sonoramente espectacular. James Cameron, su director, dijo que está hecha para apreciar la experiencia cinematográfica. Pero hay más por detrás.

La historia de James Cameron

La primera Avatar, de 2009, había estado en desarrollo unos 13 años o más, desde que Cameron terminó Titanic. Cuando se estrenó, lo convirtió en el primer director de la historia con dos películas (las mencionadas) en la lista de las tres más taquilleras desde que hay registros. Tiempo después perdió ese título, cuando se estrenó Avengers: endgame y, dato insólito, lo recuperó porque reestrenó Avatar en China y con esa facturación volvió al top 3 de la lista. 

Avatar. Foto: Difusión.

Lo cierto es que James Cameron es un cineasta que para muchos es sinónimo de éxito económico desde que dirigió su primera película, Terminator. Para otros, es uno de los grandes directores de Hollywood de los 80 y 90. Para algunos es un feminista de referencia, gracias a la gran cantidad de personajes femeninos fuertes que creó y también a las productoras que lo han acompañado. Para él y unas pocas personas más es un referente del ambientalismo. 

Y para algunos más, su nombre es sinónimo de plagio, debido a la gran cantidad de secuencias calcadas de otros films en Titanic, al argumento de Terminator (sobre un cuento de Harlan Ellison) y a la idea base de Avatar (sobre un cuento de Poul Anderson) y su serie de Tv Dark Angel (a partir del comic Cybersix). Nada que sus abogados no hayan podido solucionar gracias al éxito económico y a la disparidad de fuerzas entre demandantes y él.

¿Qué relación tienen estos antecedentes con la película que se acaba de estrenar en cines? Todo ya que, a pesar de ser una superproducción que costó casi US$ 400 millones, se la presenta como una obra de autor.

La historia en la pantalla

Avatar, fuego y cenizas sigue las andanzas por un lado, de la familia alienígena de Jake Sully, el humano reencarnado en el cuerpo clonado de Na´vi, por el otro, de otras tribus del paradisíaco planeta Pandora y, otra vez, de los humanos malignos y extractivistas representados por el militar Quaritch, también encarnado en un clon azul. A diferencia de la anterior, esta tiene un ritmo mucho más intenso, cargada de combates, acción, espectáculo y drama.

En eso, tiene un punto a favor. Son 03:20 que pasan velozmente, entre el asombro visual (que a veces se convierte en saturación) y la acción. A pesar de que le da espacio a las historias de muchos personajes, logra concentrar bastante bien su narrativa en el antagonismo de los dos humanos reencarnados en alienígenas, Sully y Quaritch.

Avatar. Foto: Difusión.

Tiene un desbalance un tanto extraño de personajes nuevos. Por un lado, hay un biólogo marino con consciencia, que parece haber sido incluido en el guion solo por tres escenas y para resolver una situación. Por otro, la nueva figura que se roba las luces es la villana Varang, una líder maligna y manipuladora de un clan que se dedica a saquear a los demás clanes de Pandora. 

Visualmente muy poderosa, Varang y su pandilla tienen algunos giros interesantes al entrar en negociaciones, idas y vueltas con Quaritch y el resto de los humanos. Hasta que Cameron y sus coguionistas se distraen y la dejan en segundo plano, como si no supieran cumplir con lo que prometen al presentarla. 

En la primera Avatar, los Na´vi eran seres ideales, que vivían en simbiosis con su planeta. Desde el punto de vista de un ambientalista como Cameron, eran la representación aspiracional de lo que la humanidad debería ser. Sin embargo, en la secuela y en esta película, se comportan más o menos como humanos occidentales tradicionales

Además, por más que tengan esa capacidad de fusionarse con la consciencia viva de su planeta, se dividen y destruyen igual que los seres humanos. La tribu de Varang es un ejemplo de eso con su culto al fuego, a la destrucción y al saqueo, como si fueran personajes de Mad Max

Sin embargo, hay una habilidad que Cameron, sus libretistas y productores desarrollaron, que es la de darse cuenta que al público en general no le importan esas contradicciones en una película de este tipo. Si el ritmo es el adecuado, la intensidad se sostiene y las tensiones dramáticas son comprensibles de primera, los problemas de coherencia desaparecen de la vista como en un truco de ilusionistas. La tan mentada magia del cine no está solo en la imagen, sino en esos aspectos, en el encanto del sinsentido.

La historia ante los ojos

La película es una montaña rusa, no solo para los personajes sino también para los ojos del espectador. El diseño del planeta y de la forma en que se mueven los Na´vi están pensados para las tres dimensiones, de tal modo que se aprecie la profundidad y se genere la ilusión de vértigo y distancias. En ese sentido, es una película que se disfruta más en 4D o en 3D. 

Alguna vez, Avatar representó esperanzas. Se estrenó en tiempos de Obama, quien se identificaba con esa palabra a través de una célebre imagen. Para ser realizada, James Cameron desarrolló o perfeccionó tecnologías que iban a cambiar la forma de hacer y ver cine (3D, captura de movimientos y otras). Con algo de suerte, su historia iba a impulsar un cambio de conciencia ecológica. Nada de eso sucedió a gran escala y la tercera película ya no representa lo mismo, aunque se apoye en los mismos discursos

Avatar. Foto: Difusión.

En 2009, cuando apareció la primera, se estaba probando que los parques temáticos también podían ser adaptados a la gran pantalla. El éxito de Piratas del Caribe iba a la cabeza. A la vez, el cine le daba material en abundancia al mundo de los parques y así aparecían el Wizarding World, inspirado en Harry Potter, Minion Land y otros sobre Jurassic Park, Transformers y también todo lo relacionado a Marvel. Ya no se trataba solo de Disneylandia. Aparecía la idea de que el público, que empezaba a ser absorbido por los smartphones, buscaba experiencias reales. 

La primera experiencia por la que pagaría el público era la cinematográfica. Cameron, que entre las Terminator, Aliens, True lies y Titanic había logrado atraer multitudes a las salas, parecía la persona más indicada. Y de ese modo, su película se convirtió en embajadora de varios negocios. De las cámaras 3D y los sistemas de captura de movimiento que él había patentado. Y de los parques de diversiones.

En un parque, se paga una entrada para vivir un thrill ride, un viaje de emociones. Nada más (sin contar que también se paga para comprar los productos que se venden exclusivamente adentro). Hay quien dice que el verdadero negocio de esta clase de franquicias está en los parques de diversiones. Sea o no así, Fuego y cenizas se siente más que nada como un parque de diversiones hecho película, aunque sea en proyección 2D.