Cómo una silla de alta tecnología podría revolucionar la radioterapia contra el cáncer
La startup Leo Cancer Care está transformando el tratamiento de radiación de protones con una idea sencilla: que los pacientes se sienten en lugar de acostarse. Ahora, hospitales como Stanford y McLaren hacen fila para comprar docenas de máquinas.

Durante décadas, Stanford Health Care buscó instalar una máquina de terapia de protones de última generación para ampliar su oferta de tratamientos oncológicos de alta tecnología. Sin embargo, nunca logró encontrar el lugar adecuado.

Estas máquinas, que aplican radiación dirigida a tumores, son estructuras enormes. Requieren instalaciones que ocupan unos tres pisos de altura y el tamaño de una cancha de fútbol, además de una inversión que oscila entre los US$ 50 y US$ 100 millones. Incluso para una institución tan reconocida como Stanford, el proyecto fue difícil de concretar. El alto costo del metro cuadrado en Palo Alto y la falta de espacio disponible fueron barreras que resultaron imposibles de sortear.

"Lo más cerca que estuvimos fue hace varios años, cuando llegamos a un acuerdo con el hospital de veteranos de Palo Alto, cercano a nosotros", declaró a Forbes el Dr. Billy Loo, profesor de oncología radioterápica de Stanford. "Las aprobaciones llegaron hasta la cúpula de la administración del VA en Washington, pero a medida que el proyecto avanzaba mes a mes, las estimaciones de costos se disparaban. Se volvió totalmente inviable", reforzó.

Hace tres años, Stanford encontró una alternativa. La startup Leo Cancer Care había desarrollado una versión distinta del diseño tradicional de la máquina de terapia de protones. En vez de rotar el haz de radiación alrededor de un paciente acostado, creó una silla en la que el paciente, sentado, gira en torno al haz. Ese cambio, que parece menor, generó una transformación profunda. La modificación permitió reducir el espacio necesario de más de 2.700 metros cuadrados a apenas 150 metros cuadrados, lo que representa una reducción superior al 90%. Eso la volvió mucho más económica y sencilla de instalar, incluso con la protección adicional contra la radiación que requieren estas máquinas.

Stanford se asoció con Leo Cancer Care, fabricante de la silla y el sistema de imagen, y con Mevion Medical Systems, desarrolladora de un acelerador de protones compacto. En 2024, comenzaron a construir las nuevas instalaciones. El Dr. Loo confía en que esta tecnología ayudará a los médicos de Stanford a tratar el cáncer de forma más precisa y con menos riesgos. "El concepto es muy simple, pero su implementación es bastante sofisticada", señaló. "Tiene un gran impacto", precisó.

Leo Cancer Care todavía está en una etapa inicial y opera en un sector complejo, que requiere una gran inversión. Sin embargo, la compañía, con sede en West Sussex, Reino Unido, y en Middleton, Wisconsin, empieza a ganar tracción. Ya recaudó US$ 150 millones y alcanzó una valuación de US$ 280 millones, incluida una ronda reciente por US$ 40 millones liderada por Catalio Capital Management.

"Sobre todo al principio, la gente decía: 'Esto es solo una silla giratoria' y '¿Por qué a nadie se le había ocurrido antes?' Pero muchas veces las ideas más sencillas son las mejores".

Stephen Towe, cofundador y director ejecutivo de Leo Cancer Care.

El año pasado, los ingresos llegaron a US$ 11 millones y las proyecciones indican que se duplicarán este año. Varios hospitales y sistemas de salud de primer nivel empezaron a firmar contratos para incorporar el producto estrella de Leo, llamado Marie —en homenaje a la Nobel Marie Curie—, que integra un sistema de posicionamiento vertical del paciente con un escáner de tomografía computada. Lo hicieron incluso antes de que obtuviera la autorización de la FDA, que llegó en julio.

a silla de alta tecnología de Leo Cancer Care, que combina un sistema de posicionamiento vertical del paciente y un escáner TC, recibió la autorización de la FDA en julio. (Cortesía de Leo Cancer Care)

 

El dispositivo es compatible con los sistemas de emisión de rayos desarrollados por Mevion, Sumitomo, Hitachi y otras compañías. Entre sus clientes ya figuran la Mayo Clinic, BayCare en Florida y Loma Linda University Health, institución pionera en terapia de protones. La compañía acumula una cartera de pedidos por US$ 85 millones, según declaró a Forbes su cofundador y director ejecutivo, Stephen Towe.

"Todos en el sector están interesados en Leo", aseguró PR Yu, cuya firma de capital de riesgo, Yu Galaxy, fue una de las primeras en invertir en la compañía. "Ya están revolucionando la industria", subrayó. Towe proyecta alcanzar US$ 200 millones en ingresos en un plazo de tres o cuatro años, y adelantó que Leo "está buscando activamente una salida a bolsa", posiblemente hacia fines de 2026, según cómo evolucionen las condiciones del mercado.

Hoy, la cantidad de máquinas de terapia de protones en funcionamiento sigue siendo muy baja. Según Towe, hay apenas 46 centros en EE.UU. y poco más de 100 en todo el mundo, aunque la demanda global se acerca a los 2.000. Esta técnica permite aplicar tratamientos oncológicos con mayor precisión, lo que reduce el daño en los tejidos sanos y minimiza los riesgos de radiación. Sin embargo, hasta ahora, su alto costo impidió que se expandiera.

Según Towe, los sistemas de haz fijo como el que desarrolló Leo cuestan entre US$ 17 millones y US$ 22 millones, mientras que una configuración tradicional supera los US$ 30 millones. Pero el mayor ahorro está en la obra: la silla de Leo, junto con un acelerador más compacto, puede instalarse en una sala grande de una sola planta. No hace falta construir un edificio de tres pisos para alojarla. Towe estima que el ahorro total ronda, en promedio, entre US$ 35 y US$ 40 millones, y en algunos casos puede acercarse a los US$ 70 millones. Esta reducción de costos, junto con la simplificación de los requisitos de instalación, debería permitir que el acceso a esta tecnología se amplíe. "Existe una enorme necesidad mundial de estos dispositivos", afirmó Towe. "Simplemente no estamos llevando la terapia de protones a los pacientes. La razón es el coste total. Siempre ha tenido sentido clínico, pero no financiero", agregó.

Towe, de 34 años, se interesó en la oncología radioterápica cuando su padre murió de cáncer de colon. En ese momento, él tenía 18 años y estudiaba en la Universidad de Keele, en Inglaterra. Se graduó en matemáticas y física en 2012, y luego trabajó casi cinco años en la compañía sueca de radioterapia Elekta, donde lideró un equipo que buscaba integrar sistemas de imagen con tratamientos de radiación para el cáncer. En teoría, el proyecto era prometedor. Pero en la práctica, resultó poco eficiente. "Lo que habíamos desarrollado era más grande, más caro, más complejo y podía tratar a menos pacientes por hora", explicó. "Habíamos caído en la trampa de desarrollar algo más grande e interesante", indicó.

La forma tradicional de aplicar estos tratamientos requería estructuras giratorias que, en algunos casos, llegaban a pesar hasta 600 toneladas. "Eso equivale a un equipo del tamaño de 80 elefantes. Es una locura".

Stephen Towe, cofundador y director ejecutivo de Leo Cancer Care.

Esa experiencia llevó a Towe a buscar una solución distinta. En la radioterapia con protones, el equipamiento es enorme y complejo. Los pacientes deben recostarse —boca arriba o boca abajo— mientras un pórtico gigantesco, de cientos de toneladas, gira a su alrededor. Uno de estos pórticos puede pesar entre 100 y 200 toneladas en tratamientos con protones, y hasta 600 toneladas en terapias con iones de carbono, otro tipo de tratamiento oncológico avanzado. "Eso equivale a un equipo del tamaño de 80 elefantes", dijo Towe. "Es una auténtica locura", remató.

En paralelo, un grupo de investigadores de la Universidad de Sídney, en Australia, desarrollaba una alternativa. En 2017, Towe se mudó desde el Reino Unido hasta allí —sin haber estado nunca antes en el país— para sumarse al proyecto. Poco después, con el impulso del profesor emérito de física médica y oncología humana de la Universidad de Wisconsin-Madison y emprendedor en serie, Rock Mackie, la empresa nació como un spin-off de la Universidad de Sídney.

La silla Leo Cancer Care elimina la necesidad de un pórtico gigantesco, reduciendo la protección contra la radiación necesaria hasta en un 90%. (Cortesía de Leo Cancer Care)

 

"No era mucho en ese momento. Eran básicamente un par de patentes", recordó Rock Mackie, de 70 años, hoy presidente de Leo. Mackie ya había fundado otras compañías con éxito y, según dijo, "me apasionaba la postura erguida".

Hace varias décadas, los médicos trataban a los pacientes en posición vertical. Pero cuando los escáneres de tomografía computada empezaron a imponerse, en los años 70 y 80, esa práctica quedó en desuso, ya que los nuevos dispositivos requerían que el paciente estuviera acostado. Mackie, sin embargo, estaba convencido de que la postura sentada ofrecía ventajas tanto clínicas como económicas.

Al hacer rotar al paciente sentado en torno al haz, el equipo podía ser más compacto sin perder eficacia. Además, resultaba más cómodo para quien recibía el tratamiento. A eso se suma que estudios recientes muestran que los pacientes en posición vertical —sentados o de pie— son más fáciles de tratar, ya que sus órganos se mueven menos. Eso permite una aplicación más precisa de la radiación.

En 2022, McLaren Health Care, que administra 12 hospitales en Michigan, además de una red de centros de cirugía ambulatoria y diagnóstico por imagen, fue el primero en firmar un acuerdo con Leo Cancer Care. Durante 15 años, el sistema de salud había intentado sin éxito construir su propio centro de terapia de protones. El proyecto fue un calvario: la empresa con la que trabajaban quebró y tuvieron que iniciar acciones legales contra un proveedor importante, según recordó Greg Lane, administrador principal de McLaren. "Llegó un punto en el que el director ejecutivo y yo nos dijimos: 'Tenemos dos opciones: o gastamos todo el dinero que tenemos para terminar esto o le decimos a la junta que vamos a depreciar US$ 55 millones y no terminar el proyecto'", contó Lane. "Nos miramos y dijimos: '¡Ni hablar! Vamos a terminar esto", esbozó.

Rock Mackie, cofundador de Leo Cancer Care: "Al principio de mi carrera traté a algunos pacientes en posición vertical, pero con el tiempo toda una generación asumió que había que acostar al paciente". (Cortesía de Leo Cancer Care)

 

El centro abrió sus puertas hace unos cinco años y, según Lane, tuvo muy buenos resultados. Eso los motivó a buscar una alternativa para crecer sin repetir el mismo camino desgastante. Ya conocían a Mackie, evaluaron la tecnología de Leo y terminaron firmando un acuerdo para invertir y colaborar en el desarrollo de la máquina. "No tenemos la potencia de la marca Stanford, pero firmamos el primer contrato con Leo", dijo Lane. Hoy, la obra ya está finalizada y esperan comenzar a atender pacientes en diciembre.

"Sobre todo al principio, la gente decía: 'Esto es solo una silla giratoria' y '¿Por qué a nadie se le había ocurrido antes?' Pero muchas veces las ideas más sencillas son las mejores", dijo Towe. "Ahora nos permite ir más allá y ampliar los límites de las novedades que podemos añadir a esta plataforma, ya que la hemos simplificado fundamentalmente", cerró.

 

*Con información de Forbes US.