El caso de Homo Argentum es raro para el cine argentino. Es una producción de la que, a priori, se podría esperar una comedia. Y no es eso exactamente. Es una película promovida como un estudio sobre la idiosincrasia argentina. Tampoco lo es. No es una obra manifiestamente política. Y sin embargo ha sido cooptada y politizada.
Ni siquiera la durísima denuncia de torturas de Garage Olimpo (Marcos Becchis, 1999) fue tomada como bandera política de forma tan virulenta como esta. Javier Milei la vio tres veces con distintos funcionarios de su confianza, como forma de aleccionarlos sobre sus supuestos enemigos. Guillermo Francella se jactó de que era un éxito que demostraba que el cine, si es hecho de cara al público, no necesita ayuda estatal (alineándose con la política del gobierno actual), mientras Pablo Echarri y otros lo atacaron.
¿La discusión es extra cinematográfica o forma parte de la película? En este caso, no cabe presunción de inocencia sobre sus realizadores y actor.
Lo cierto detrás del ruido
De tal ruido que ha generado, es poco probable que alguien interesado por el cine no sepa de qué trata. Está dirigida y coescrita por los extremadamente prolíficos e interesantes Mariano Cohn y Gastón Duprat, responsables de series como El encargado, Bellas artes, Coppola y películas como Competencia oficial, El ciudadano ilustre y Mi obra maestra.
Homo Argentum, como es sabido, cuenta historias breves en las que Guillermo Francella interpreta personajes que, en teoría, sintetizan distintos aspectos de la argentinidad. También es poco probable que se desconozca el mayor cuestionamiento que se le ha formulado: pretende hablar de forma crítica sobre la idiosincrasia argentina, pero solo pone en pantalla algunos estereotipos de personajes porteños.
El episodio en el que un auto choca levemente a otro y ocasiona un encontronazo entre los choferes, resume lo que busca Francella al desdoblarse a lo largo de la película. Hay una bipolaridad en uno de los personajes de ese episodio, que sintetiza la argentinidad que pretenden retratar Cohn y Duprat. Es una argentinidad porteñocéntrica, como ya se sabe. Lo raro es que identificar al argentino con el porteño, en particular con un arquetipo de porteño, es propio de extranjeros. O de dos argentinos que creen estar por encima de sus coterráneos.
Guillermo y su mundo
El gran problema de que un actor de modos tan reconocibles como Francella interprete a tantos personajes, es que se hace inevitable verlo siempre a él. La sonrisa, los tiempos, las expresiones, la gestualidad de las manos, las miradas y la forma de lanzar comentarios o insultos, es inconfundible. En algunas historias se aleja del Francella que conocemos más que en otras. Tal vez en las dramáticas o en las tragicómicas, como la primera (particularmente dura, nihilista y efectiva), se lo vea más convertido en otra persona que en las de comedia.
Es fácil identificar sus tics, porque tiene detrás demasiados años de comedia en televisión, gracias a lo que se hizo popular y querido. En Homo Argentum se lo reconoce, aunque interprete a un director de cine que es como una caricatura de Almodóvar, a un portero mojigato, a un arbolito o a un millonario de las criptomonedas.
Hay que recordar que el actor había hecho un gran esfuerzo por separarse de su perfil como comediante. Hace casi veinte años que dejó su ego de lado y se sometió al proceso de casting de una película para ganar un papel dramático. Y así sorprendió en la mejicana Rudo y Cursi (Carlos Cuarón, 2008), en la que interpretaba a un argentino chanta. En el cine buscó seguir por ese rumbo y lo logró gracias a El secreto de sus ojos y El clan, entre otras. Pero el sello del comediante es indeleble y el éxito de la serie El encargado nos lo recordó.
Si en los tiempos de Rudo y Cursi había guardado su ego en una caja, ahora lo saca a relucir. En pantalla, con todos sus personajes y el pretendido ADN argentino. Y fuera de ella, con sus comentarios peleadores a la hora de menospreciar el cine que no arrastra cientos de miles de espectadores como lo hacen sus películas.
Minimalismo como innovación
Homo Argentum tiene la virtud de apoyarse en un formato más libre que el de Relatos salvajes (Damián Szifrón, 2011) para presentar sus historias; tanto que la mayoría son anécdotas o simplemente chistes. Hay unos cuantos episodios minimalistas, como el de los padres que llevan a su hija al aeropuerto, brillantes gracias a una simpleza que puede implicar muchísimo más que, por ejemplo, el chiste del cura villero (el que tomó Javier Milei como uno de los ejemplos para darle una lectura anti K).
El minimalismo tiene una larga trayectoria en el cine argentino con ejemplos como El otro (Ariel Rott, 2009) o Historias mínimas (Carlos Sorín, 2002). Sin embargo, esta sería la primera vez en que irrumpe en el cine puramente comercial, protagonizado por una estrella internacional. Ese es un hallazgo, un logro. Tal vez, un motivo de desilusión para espectadores que esperen historias redondas con finales contundentes como los de la película de Szifrón.
Cohn y Duprat tienen una visión muy negativa de cierta parte de la sociedad argentina. La suya es una mirada muy bonaerense y marcada desde la clase media y alta. A pesar de lo discutible de algunos de sus puntos de vista, es posible decir que hay algo de acierto en sus enfoques y mucho talento en su humor. No en vano junto a Francella construyeron una fantasía crecientemente exitosa con las tres geniales temporadas de El encargado.
En esa serie, lo que comienza como una comedia negra y más o menos verosímil va girando cada vez más hacia lo perverso y lo fantasioso. A tal punto que se la podría tomar como una mirada simbólica hacia la clase política y parte del sindicalismo argentino. En esas posibles lecturas es donde surge lo político.
En Competencia oficial, la última película que hizo la dupla, una periodista le decía al personaje de Penélope Cruz, directora de cine, que su película tenía una clara postura ideológica. "Creo que hay que dejar de hacerle un cacheo ideológico a las obras y no juzgarlas por su presunta ideología" respondía, "creo que una película no es una afirmación, no es una respuesta a una pregunta".
Esa idea se reafirmaba con la crítica a la corrección política que hicieron en Bellas artes. Con Homo Argentum, sin embargo, juegan al límite entre la bajada de línea y la ficción minimalista. Al estar en ese límite, la película se vuelve mucho más manipulable que otras y así, sus intenciones parecen desdibujarse o perderse entre el ruido de las discusiones. Con tres décadas de carrera, muchísimos éxitos probados y un discurso sólido, se puede decir que Cohn y Duprat tienen plena conciencia de lo que hacen y buscan provocar. Tal vez, la argentinidad peleadora y agresiva sea la de ellos como realizadores.