El fútbol —y el deporte en general— siempre fueron territorio de emociones, comunidad y pertenencia. Pero en la pospandemia, el negocio del “estar ahí” se disparó. Esta problemática ya no solo toca las pasiones sudamericanas sino también los corazones de europeos y estadounidenses a través de artículos en el inglés Financial Times y el influyente The New York Times.
Ya hace más de 20 años, el excapitán del Manchester United, el irlandés Roy Keane, se quejaba diciendo que “hay gente que viene a Old Trafford que no creo que sepan deletrear fútbol, y mucho menos entenderlo”, se quejó en su momento, y agregó, "se toman unas copas, se comen unos sandwichs de camarones, y no se dan cuenta que pasa en el campo de juego”.
Este año, los precios de las entradas para los principales eventos deportivos rompieron cualquier parámetro histórico y desataron una ola de indignación global que va desde Londres hasta Buenos Aires. Lo que comenzó con el llamado efecto YOLO terminó consolidando una economía de la experiencia en la que vivirla cuesta —cada vez más— caro.
La señal más evidente llegó desde la FIFA. Tras anunciar los precios de las entradas para el Mundial 2026, la organización se enfrenta a un boicot simbólico de asociaciones de fanáticos en todo el planeta. Los boletos para la final comienzan en U$S 4.185, suben a U$S 5.575 en categoría estándar y alcanzan los U$S 8.680 en versión premium. En la fase de grupos, asistirá a un partido costará “cientos de dólares”, hasta tres veces más que en Catar 2022. Ante las críticas, la FIFA prometió una concesión mínima: un segmento “económico” de U$S 60, pero que representa apenas el 1,6 % de los asientos por estadio.
“Es una traición monumental a las tradiciones del deporte”, disparó Football Supporters Europe, red que agrupa asociaciones de hinchas. El entrenador escocés Steve Clarke fue más gráfico: “Algunas de las cifras son escalofriantes; los aficionados no deberían endeudarse para estar presentes”. Aun así, el mercado siguió respondiendo: la FIFA informó 20 millones de solicitudes de entradas en los primeros días de venta.
La paradoja del éxito
El presidente del organismo, Gianni Infantino, suele describir al Mundial como “104 Super Bowls”. La comparación no es inocente: el partido definitorio de la NFL es, hace años, el símbolo máximo del espectáculo premium en Estados Unidos.
Este año, los boletos más baratos en Nueva Orleans partieron de unos U$S 3.000 y el promedio superó los U$S 8.000. Desde 2015, la liga aplica precios dinámicos: cuando sube la demanda, sube el costo. StubHub calcula el precio medio por partido en U$S 475 para ver a los Philadelphia Eagles en 2024.
Para los expertos, ese modelo llegó a otras disciplinas. “El deporte juega un papel fundamental en la economía de la atención y la economía de la experiencia, simultáneamente, con el mismo producto”, explicó Adam Kelly, presidente de la agencia de marketing deportivo IMG. El resultado: estadios llenos, consumidores dispuestos a pagar cualquier cifra y una flexibilidad de la pasión que se corta en las tribunas populares.
América del Sur: otra realidad, el mismo fenómeno
La tendencia no se limita al hemisferio norte. En Sudamérica, los precios también se disparan bajo la lógica de la exclusividad.
En la última final de la Copa Libertadores 2024 en Buenos Aires, las entradas para el público general oscilaron entre U$S 150 y U$S 500 según ubicación, cifras históricamente altas para la región. Para el ATP de Buenos Aires, los boletos de la zona central se vendieron por encima de los U$S 180, mientras que en el ATP 500 de San Pablo las localidades premium superaron los U$S 220. En todos los casos, la demanda se agotó en minutos.
Los organizadores justifican el alza en los costos operativos y la “calidad de la experiencia”, pero los hinchas perciben otra cosa: el abuso de posición dominante.
Con escasa competencia entre promotores y sistemas de venta casi monopólicos —muchas veces gestionados por las mismas agencias de tickets—, el mercado actúa sin freno.
“Las ligas y los equipos buscan cualquier oportunidad para explotar a los aficionados y exprimirlos para que paguen más”, afirmó Brian Hess, CEO de Sports Fan Coalition. Ticketmaster, proveedor exclusivo de más del 80% de las grandes ligas de EE.UU., se volvió sinónimo de ese poder concentrado.
Experiencia VIP vs tribuna popular
El “nuevo deporte” vende más que un juego: vende status. La remodelación del Camp Nou del FC Barcelona —valorada en 1.500 millones de euros— mantendrá casi igual la cantidad de asientos generales, pero quintuplicará las localidades VIP. En la NFL, franquicias como los Tennessee Titans y los Buffalo Bills reducirán su capacidad para construir palcos de lujo y áreas exclusivas.
Lo mismo sucede en torneos de tenis como Wimbledon, donde un “pase del día” cuesta apenas 30 libras, pero los bonos premium valen decenas de miles. "Hemos intentado equilibrar la prioridad comercial con accesibilidad. Esa combinación importa", sostuvo Sally Bolton, CEO del All England Lawn Tennis and Croquet Club, al Financial Times .
No todos siguen esa línea. En Alemania, los clubes —controlados aún por sus fanáticos— mantienen precios promedio de 28 euros, incluido el transporte público. En el fútbol femenino inglés, un bono de temporada del Arsenal cuesta 137,50 libras. Y la UEFA anunció que para la Eurocopa 2028 mantendrá precios fijos, sin dinámica de mercado, garantizando que el 40 % de las entradas estén en categorías “asequibles”.
Cuando la pasión se vuelve elitista
En Sudamérica y en otros países del globo, hace rato que el debate ya trascendió lo económico. Para muchos, el riesgo es cultural. “El precio no es solo una palanca comercial; es una elección de gobernanza crítica que influye en la sostenibilidad, la inclusión y la cohesión cultural del fútbol”, advirtió Fair Game en un informe reciente. Ronan Evain, director ejecutivo de Football Supporters Europe, fue más directo: “Aplicar estándares estadounidenses al Mundial es un insulto a la historia del torneo”.
En la práctica, asistir a tres partidos del grupo puede equivaler —según la propia FSE— a 85 días de salario para un ghanés promedio, sin contar alojamiento ni traslados. Mientras tanto, en la reventa oficial de la FIFA, los boletos para un Argentina–Argelia se ofrecían a U$S 799 (más U$S 120 de comisiones) frente a su valor original de U$S 140. Los aficionados lo definieron en las redes como “el primer mercado negro legal en la historia del fútbol” dicen el diario.
El negocio del delito blanqueado por el fervor. La FIFA calcula ingresos de U$S 3.000 millones solo por entradas y hospitalidad en el Mundial 2026, frente a los U$S 949 millones de Qatar 2022. Su ciclo de cuatro años cerraría con U$S 13.000 millones en total. Números siderales para un espectáculo que, según Evain, “corre el riesgo de llenarse de butacas vacías”.
La Fórmula 1 cambió tanto como sus precios
La F1 no es ajena al fenómeno. En los últimos cinco años, el precio medio para ver un Gran Premio de F1 ha subido con fuerza y hoy un abono de 3 días ronda ya los U$S 500 de media a nivel mundial, frente a unos U$S 310–315 dólares en 2019 (suba cercana al 56%). Solo la entrada general de 3 días, que es la opción más barata, pasó de unos U$S 157 en 2019 a unos U$S 232 en 2023, sin grandes bajadas posteriores: en 2024 el promedio de general se sitúa en unos U$S 232s y en 2025 se mantiene en una franja similar, mientras que en muchos circuitos las gradas básicas ya se mueven entre U$S 350 y 400 para todo el fin de semana.
En el extremo “barato” del calendario, carreras como Hungría, Japón o Imola ofrecen aún entradas de fin de semana por debajo o alrededor de 200–250 dólares/eur en promedio, con general de 3 días en el entorno de 90–135 euros en el caso de Imola para 2025.
En el otro extremo, los Grandes Premios más caros (Las Vegas, Miami, México o Abu Dabi) han llevado el promedio por entrada muy por encima de los U$S 600–700, con Las Vegas alcanzando en 2023 cifras cercanas a U$S 950 de costo medio de fin de semana (sumando ticket, alojamiento y gastos) y manteniéndose en 2025 como la cita de entradas no‑hospitality más caras del calendario, con un precio medio cercano a U$S 986 dólares y general de 3 días desde U$S 400.
El deporte global enfrenta un dilema: la pasión sostiene el negocio, pero el negocio empieza a expulsar a la pasión. En los tiempos del capitalismo de la experiencia, el hincha se volvió cliente. Y en el nuevo estadio, las emociones también cotizan a precio dinámico.
Fuente: Financial Times, The New York Times, DW, CNN