Forbes Uruguay
Manos, ancianos, juntosl. Foto: Flickr.
Columnistas

Mis abuelos abrieron la pareja

Sabrina Bianchi Directora del Servicio Central de Graduados de la Universidad ORT Uruguay

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28 Julio de 2025 10.52

Soy hija de padres que se esforzaban mucho y se casaban para toda la vida.

Crecí acompañando el tránsito del "no se puede" a "podemos mucho más de lo que hubiésemos imaginado". Se elegía muy joven una pareja y una sola carrera u oficio. Eran hijos de la lealtad, la disciplina, la seguridad y la estabilidad, con voluntades férreas y un dejo de "obediencia", para que no se rompa nada. Orgullosos de nuestros abuelos, que desde el cuadro sepia levantan las mismas banderas de trabajo y desarrollo personal: todo por la familia. Algunas veces salió bien, y otras fueron matrimonios parecidos a empresas, y vínculos como empresas hasta que la muerte los separó.

Mi generación se cuestionó algunas cosas, acompañando un mundo que mostraba cambios de signo, pero en general hizo más de lo mismo: primero los deberes, después salir a jugar, si resta tiempo. Y no olvidemos que el 2000 del Y2K —que nos veía salir de casa— era el fin del mundo, con su versión de crisis por estas latitudes.

Justo allí nacieron, no solo una nueva generación, sino muchas nuevas preguntas. ¿Quiero tener pareja y una sola? ¿Quiero realmente tener hijos? ¿Quiero hipotecar un par de décadas por un techo o prefiero una torre de sellos en mi pasaporte? La estabilidad, ¿nos tranquiliza o nos pone nerviosos? Al final, ¿qué es el éxito? ¿Y la felicidad?

Estos jóvenes traen una plataforma propia, contrahereditaria. Buscan equilibrio, además de dinero. Quieren razones, no solo obligaciones. Cuidan con celo su disfrute cuando lo sienten amenazado. Ser rico es tener tiempo, eso que nuestros abuelos no tenían. El modelo de desarrollo personal y laboral lineal no siempre les hace sentido, en un mundo que les cambia las reglas de juego cada dos minutos: no confían. Y quieren ascensos ya, en "1x5", demostrando su talento a la velocidad de TikTok, porque detrás parece que tienen un robot que les quitará el trabajo: no vienen con la app de la paciencia instalada.

Hoy, en las empresas estamos todos, con diferentes cargos, aportes y valores, y la tensión es obvia: nosotros decidimos si los contratamos, pero el futuro de las empresas son ellos.

Desde la academia tenemos el cada vez más inmenso desafío de formar para el futuro del trabajo. Y para equilibrar aquellas certezas y esta revalorizada incertidumbre, hacemos lo que sabemos hacer: investigamos.

Investigar siempre es retomar el pasado para hipotetizar y fundamentar con datos un futuro posible. Y para diseñar ese futuro, tenemos que reconocer que no hay jubilados de Senior Content Creator, ni abuelos que abrieran la pareja (o al menos que lo contaran).

Las organizaciones quieren talento estable, capacitado y actualizado, que se comprometa y se quede. ¿A qué precio darán ese "sí, quiero?".

El talento actual pide motivos: propósito, impacto social positivo, diversidad, igualdad, sostenibilidad y formación continua. Mis abuelos dirían: "¡Quieren Disney!". Y un/a CEO: "Genial, no hay que aumentar los sueldos". Quizás, pero sí tiene altos costos. 

En la era de la IA y la digitalización acelerada, un estudio reciente del World Economic Forum destaca que el 39% de las habilidades clave requeridas en el mercado laboral cambiarán en 2030. 

La verdadera transformación demanda inversión: crear culturas que dimensionen el nuevo posicionamiento del trabajo. El precio será restablecer la confianza, equilibrar el péndulo generacional, leer la época e interpelarnos, pero también resignificar el valor del esfuerzo en todo lo que vale la pena, en el trabajo y en la vida. 

Cambió la fecha de vencimiento del conocimiento. La fórmula será construir un enfoque centrado en el aprendizaje continuo, la mejora de habilidades y los programas de reciclaje: una promesa de upskilling y reskilling que asocie intereses de personas con planes estratégicos y políticas de desarrollo.

Son habilidades tecnológicas, pero también pensamiento creativo y resiliencia, flexibilidad y agilidad, condimentadas con curiosidad: formarnos toda la vida. Se demandará liderazgo e influencia social, pensamiento analítico y conciencia ambiental, y en definitiva la gestión del talento detrás de estos valores. El esfuerzo con sentido no estresa: libera dopamina, esa que nos hace felices. 

Toca construir empresas que no solo paguen sueldos, sino que desparramen el valor que generan.

Solo la empatía y el desarrollo continuo permitirán potenciar talentos para prosperar en entornos hiperconectados, donde la vida personal y laboral coexisten en organizaciones y sociedades más humanas, resilientes y exitosas.

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