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Omar Paganini, ingeniero electricista, académico y político. Foto: Nicolás Garri
Liderazgo

Omar Paganini: "Los discursos simplistas y radicales abundan y dificultan encontrar soluciones reales"

Andrés Oyhenard

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El excanciller publicó su primer libro, donde analiza los desafíos ante el cambio en el contexto geopolítico, pero también encuentra algunos "signos alentadores" para países como Uruguay. populismo, nacionalismos y disrupción tecnológica.

12 Noviembre de 2025 08.00

Fue uno de los nombres más cercanos y del riñón del gobierno del expresidente Luis Lacalle Pou, a tal punto que debió dejar su cargo al frente del Ministerio de Industria, Energía y Minería (MIEM) para asumir como canciller en tiempos turbulentos por ese entonces en la sede ministerial de la calle Colonia. Hoy divide su actividad como consultor privado entre el LATU y Zonamerica, y pueden surgir "novedades" desde el exterior, dice, sin entrar en mucho detalle, aunque aclara que no tiene previsto salir del país. 

El ingeniero electricista, académico y político Omar Paganini acaba de presentar su primer libro, Democracia y libertad para un mundo en crisis, una obra que invita a reflexionar sobre el futuro de las sociedades abiertas en un escenario global marcado por el populismo, los nacionalismos y la disrupción tecnológica. 

En diálogo con Forbes Uruguay, Paganini repasó los ejes de su libro y plantea una defensa de la libertad como valor esencial para el progreso. Advierte sobre el debilitamiento del multilateralismo, la radicalización del debate público y los riesgos de la "cultura de la cancelación". Al mismo tiempo, sostiene que la libertad y la justicia social no son conceptos opuestos, sino complementarios: "El Estado de Bienestar es una condición imprescindible para la libertad", subraya.

Omar Paganini, ingeniero electricista, académico y político. Foto: Nicolás Garrido
Omar Paganini, ingeniero electricista, académico y político. Foto: Nicolás Garrido

En el libro planteás que la democracia liberal enfrenta una crisis global. ¿Cuáles son las principales amenazas y cómo ves en América Latina esas manifestaciones? 

Se ve un cambio fuerte en el discurso internacional de hace por un lado, como uno de los paradigmas que venía dominando, y también un alejamiento del discurso del multilateralismo en sentido amplio, de buscar mecanismos de derecho internacional para resolver los conflictos. 

Estamos pasando a una situación donde los nacionalismos rebrotan y el proteccionismo también gana fuerza para eventual mente cambiar el flujo económico del mundo, relocalizan do producción industrial hacia países como Estados Uni dos. Además, crecieron los populismos y las posiciones radicales en política que debilitan los regímenes democráticos, lo que yo llamo las "derivas autocráticas". 

¿Cuáles son las consecuencias de este nuevo contexto? 

Un enlentecimiento del crecimiento global, mayor discrecionalidad de las potencias y dificultades para países que no son centrales. A eso se suma un debilitamiento de los conceptos democráticos, con líderes que pretenden concentrar el poder y manejar discrecionalmente la situación de sus países. 

Tenés una trayectoria más vinculada a la ingeniería, la docencia y la academia. ¿Qué tanto influyó la gestión política en tu análisis actual? 

Obviamente cuando uno está en el gobierno de un país empieza a mirar las cosas de manera más global. Desde el MIEM tuve una visión más integral del desarrollo productivo y de cómo un país se inserta en la economía mundial, cómo atrae inversiones y logra mercados.

Al saltar luego a la Cancillería aparecen otras dimensiones: la política exterior, los acuerdos comerciales. Todo eso me aportó una visión más integral del mundo. Pero desde siempre me interesaron los asuntos políticos e internacionales. En mi casa se discutían estos temas y, más adelante, en la militancia estudiantil de los años 80. Cuando retomé la política en 2014 no eran temas nuevos para mí, pero el pasaje por el gobierno, sobre todo por la Cancillería, me dio muchísima información y reflexión.

Dedicás un capítulo del libro al impacto de la tecnología y las redes sociales. ¿Cómo evaluás su influencia en la libertad y en la calidad del debate público?

En el libro hablo bastante de eso. La participación política está cambiando y eso pone muchos desafíos a los sistemas democráticos. Lo positivo es que hay una forma de participación mucho más amplia: se puede opinar sobre muchos temas a través de redes y plataformas. Pero aparecen desafíos. Uno de ellos es la inmediatez. Se opina muy rápidamente sobre temas complejos, prima el corto plazo y la opinión drástica o radical sobre la reflexión mesurada. El debate se amplía, pero también se empobrece... y se radicaliza.

Omar Paganini, ingeniero electricista, académico y político. Foto: Nicolás Garrido
Omar Paganini, ingeniero electricista, académico y político. Foto: Nicolás Garrido

Está estudiado que mucha gente recorre las redes, pero poca participa activamente, y quienes lo hacen suelen tener posiciones más firmes y radicales. Eso polariza el debate y desafía a los partidos políticos, que deben reinventarse para canalizarlo. Además, aparece la "cultura de la cancelación", una sensibilidad extrema a sentirse ofendido o atacado. Se generan restricciones implícitas a lo que puede decirse y eso complica el debate público.

Cuando el debate se polariza y crece la incertidumbre, aparece la tentación de refugiarse en líderes fuertes que ofrezcan soluciones simples. Ese es el caldo de cultivo de los discursos simplistas y radicales que hoy abundan y debilitan la capacidad de las sociedades para encontrar soluciones reales, que siempre requieren matices y complejidad.

Ante el deterioro del diálogo multilateral, ¿hay margen para reconstruir acuerdos?

Justamente el libro llama a que encontremos esos espacios. Si no son globales, al menos deben surgir de grandes acuerdos con países, porque ya sabemos que lo contrario no es bueno, menos aún para países que no son potencias. Un orden internacional basado en reglas permite la participación de todos y da estabilidad en el largo plazo.

Es claro que Naciones Unidas tiene muchas dificultades y desvíos, pero un mundo donde las grandes potencias negocian o entran en conflicto y los demás asumimos las consecuencias sería mucho peor. También preocupa el desgaste de la democracia y la desilusión con los sistemas democráticos, que hace preferir soluciones simplistas y populistas. Eso nos lleva a menos prosperidad, menos crecimiento y menos libertades.

¿Se puede defender la libertad sin caer en discursos elitistas o desconectados de las demandas sociales?

El Estado de Bienestar es una condición imprescindible para la libertad, y más en países latinoamericanos. El Estado debe proveer una red de contención para los más necesitados, educación y salud pública. Si deja que sectores enteros no cubran sus necesidades básicas, no se puede hablar de libertad para ellos.

Esa es una crítica válida desde la izquierda, pero también es cierto que sin libertad, cuando se busca igualar desde arriba, las sociedades entran en decadencia: finalmente todos son pobres.

¿Cómo se logra ese equilibrio entonces?

La libertad es necesaria para el desarrollo personal, la iniciativa económica y la prosperidad. El emprendimiento y la libertad económica permiten el progreso, mientras que la planificación central solo logra mínimos y burocracia. Las experiencias de Venezuela o Cuba son ejemplos de cómo cuando se restringe la libertad se pierde prosperidad.

La clave es el equilibrio entre un Estado presente que garantice igualdad de oportunidades y redes de contención, junto con libertad para emprender, crear y generar valor.

Después de este diagnóstico, ¿ves señales o caminos posibles para revertir el deterioro de la democracia?

No en todos lados se dan los mismos problemas. Hay un cambio geopolítico global, pero también signos alentadores. La Unión Europea, pese a sus dificultades, sigue defendiendo los valores democráticos. El acuerdo Mercosur-UE, por ejemplo, puede ser una base de reglas estables y previsibles para una región que comparte esos valores.

En Asia también hay democracias prósperas como Japón, Corea o los países de Oceanía. Con ellos debemos generar reglas que contrarresten la radicalización política y la guerra comercial.

Por otro lado, el desarrollo tecnológico no solo trae desafíos, también oportunidades. Permite relocalizar polos de desarrollo y Uruguay puede jugar un rol. Somos buenos productores de alimentos y el mundo nos necesita.

Vivimos un contexto paradójico: hay tensiones políticas, pero también menos pobreza y más bienestar global que hace 50 años. Aprovechar esas oportunidades con sostenibilidad, tecnología y democracia es el camino para mantener nuestros valores y fortalecer nuestra posición internacional.

Fotos: Nicolás Garrido

*Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa de Forbes Uruguay de Octubre de 2025. Para suscribirte y recibirla bimestralmente en tu casa, clic acá.

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