Digámosle Tom. Después de casi treinta años de carreras, explosiones y peleas, se ha ganado el derecho a que se lo reconozca así. Casi tres décadas siguiendo sus piruetas en pantalla grande, cada vez más rimbombantes y personales, también le dan a sus espectadores el derecho a llamarle Tom. Después de todo, a pesar de ser una de las mayores estrellas de cine, se lo siente cerca, porque ha salvado al mundo muchas veces. Y ahora lo vuelve a hacer de la manera más dramática y mesiánica posible en la nueva, y supuestamente última película de la serie Misión: Imposible, Sentencia final.
Malos muy malos
Su personaje se llama Ethan Hunt. Lo sabemos. Pero el nivel de delirio y espectacularidad de sus películas hacen que, inevitablemente, el público trascienda esa ficción y le llame Tom. Tal vez porque sabemos que él hace sus escenas de riesgo para representar cómo su personaje le gana a los malos.
Es altamente probable que nadie se pregunte de qué trata Misión imposible: Sentencia final. También es improbable que alguien se haya preguntado cuál era la historia de la anterior para decidir si verla o no. Al ver la presentación de la primera película que está en la ficha de Wikipedia, aparece el motivo de ese fenómeno. "(la saga) sigue las misiones de la Fuerza Misión Imposible, bajo el liderazgo de Hunt, para detener una fuerza enemiga e impedir un desastre global". Es una síntesis muy acertada ya que la historia de cualquiera de las ocho películas es exactamente esa.
La excepción es la anterior, ya que Tom salvaba la situación pero no al mundo en un final abierto que se continúa en esta. De esa manera, Sentencia Final remite constantemente a los hechos de la anterior y de las otras, para ubicar al espectador en la medida de lo posible. Cabe la expresión "en la medida de lo posible" porque hay tanta exposición verbal superpuesta a la acción física, que no queda claro del todo quién busca qué ni exactamente para qué.
Nada de eso importa.
Lo que interesan son solo dos datos. Uno es que Tom corre, salta, vuela, bucea y pelea por todo el mundo para salvar a la humanidad. Y el otro es que el malo es una inteligencia artificial llamada La Entidad, que quiere destruir, casualmente, a la humanidad. El apocalipsis está a un paso, al estilo años `80, con misiles nucleares a punto de ser disparados desde las naciones más poderosas, y solo una persona nos puede salvar. Es innecesario aclarar quién es.
En realidad, la pregunta tradicional en torno a esta saga y el motivo que arrastra multitudes al cine es cuál es la nueva acrobacia que realizará Tom, sin dobles. En este caso, las principales proezas son bucear entre misiles y colgarse de ruedas, alas y fierros de dos aeroplanos mientras dan vueltas en el aire. Lo del buceo suena simple pero se trata de una secuencia larga dentro de un submarino ruso sumergido (el que es derribado al comienzo de la película anterior) y que tiene un grado muy alto de complejidad. En este caso, el director Christopher McQuarrie, realizador de las últimas cuatro, le da tiempo y la construye con paciencia. En lugar de ser una secuencia frenética, como la del tren al borde del abismo del final de la película anterior, es pausada y tiene un in crescendo de tensión que pone los pelos de punta.
Espectáculo McGuffin
Las sagas que genera Hollywood se volvieron cada vez más grandes, ruidosas y llamativas. En todas, ya sean las de Transformers, Rápido y Furioso o las de superhéroes, las escalas visuales y sonoras que se manejan son gigantes, al punto de que el cine de acción de los `80, de cuyos recursos y mecanismos se alimentan, parece minimalista en comparación.
La apuesta, secuela tras secuela, es crecer y superar el set piece que marcó la película anterior. Acá aparece una de las dos claves sobre las que se construyen estas sagas, los set pieces. Se trata de las escenas o secuencias complejas y costosas. Si recordamos al Tom Cruise que gritaba "Show me the money!" en Jerry Maguire, podríamos decir que los set pieces son las instancias en las que las películas de este tipo muestran su dinero.
Christopher Nolan es un director especialista en set pieces, porque buena parte de su cine se basa en ellas. También puede tratarse de secuencias con muchos transformers peleando sobre un edificio que cayó encima de otro. Puede ser la persecución de un submarino y varios autos sobre los hielos del Ártico. O puede ser Tom ejecutando acrobacias en persona, sobre un tren, un submarino, una moto o en el edificio más alto del mundo.
La segunda clave sobre la que se construyen estas sagas es lo que Alfred Hitchcock denominaba McGuffin. Se le llama así a cualquier elemento que mueva a la trama y los personajes, aunque en sí mismo no sea importante. Cuando a J.J. Abrams le tocó dirigir y coescribir la tercera Misión: Imposible (2006) incluyó un McGuffin a consciencia. Le llamó La Pata de Conejo y en la película solo se decía que era algo que implicaba un riesgo biológico enorme y por eso los personajes corrían atrás de ella por buenas o malas razones.

En Sentencia final, hay tres McGuffin. Entre tanta acción y movimiento, el espectador solo entiende que hay una llave, un aparato metalizado y otro que parece una suerte de pendrive. Son cosas que hacen cosas, entenderá el cerebro de cualquiera que está mirando sin preguntarse exactamente qué y cómo lo hacen. Porque no es lo importante aquí.
Los personajes se ocupan de repetir una y otra vez qué van a hacer y qué quiere La Entidad, de modo que, aunque no quede claro cuáles son los motivos de todos los personajes (excepto por Tom, que quiere salvar al mundo explícitamente) aparte de dispararse y crearse trampas mutuas, el cerebro se relaja y dice "Está bien, alguien va a derrotar a esta inteligencia artificial de la que me dicen que es muy mala". Un detalle extra es que tampoco queda muy claro por qué La Entidad quiere destruir al mundo.
Un poco de seriedad
Hay quienes se han preguntado por qué Tom Cruise dejó de lado sus intentos de mostrarse como un actor dramático, como en Jerry Maguire o Magnolia. No hay respuestas claras, ni siquiera de su parte. Lo que más sabemos es que se convirtió en productor y dueño de esta serie para hacer lo que quiere a la hora de protagonizar escenas de riesgo, como un adicto a la adrenalina. O como una estrella que quiere mostrarse como el máximo performer del mundo.
Eso mismo lo lleva a la ficción (ya que, por lógica, supervisa los guiones). Ethan Hunt, Tom, es el que más corre. El que más salta. El que más máquinas sabe manejar. El que no necesita afeitarse ni comer ni descansar ni tomar agua ni orientarse con un mapa. Es quien tiene siempre la ropa adecuada para cada situación. El que soluciona todo. Es la persona que cuenta con un equipo humano casi mágico de tantos conocimientos que poseen para resolver cualquier cosa donde sea. Es el que aparece en cualquier rincón del mundo en un santiamén mientras es perseguido o persigue a los malos. Y, por sobre todo, es el héroe que se anticipa 500 pasos a los movimientos de los villanos, aunque caiga en sus trampas, siempre con un recurso a mano para salvarse y rescatar al planeta.
Lo bueno es que el director y el protagonista han mantenido el tono serio y evitaron autoparodiarse. Se dieron cuenta de que en esa seriedad hay una forma de transmitir emoción.
Todo es exagerado, extremo, dramático e implica decisiones éticas de consecuencias globales. La música lo enfatiza y las actuaciones también. Es ese tono, sumado al ritmo trepidante, los set pieces y las acrobacias lo que nos dejan al borde de la butaca, disfrutando del heroísmo sin sentido y decirle a quien nos acompaña "No te preocupes, Tom se va a salvar y va a salvar al mundo".