Gates revierte su visión: el cambio climático no es una amenaza inminente y prioriza la pobreza
Hernán Iglesias Illis Periodista y Escritor, Editor General de Seúl.ar
Hernán Iglesias Illis Periodista y Escritor, Editor General de Seúl.ar
El fin del catastrofismo climático
Hola! Espero que estés bien.
Lo vi poco en las noticias, pero el martes Bill Gates publicó una carta (Three tough truths about climate) que, creo, podría ser recordada en el futuro como un punto de inflexión en la relación entre política y cambio climático. Gates, un reconocido activista ambiental, que ha donado miles de millones de dólares a proyectos de conservación y energía limpia, dice ahora que el cambio climático no es una amenaza existencial para la humanidad, que la comunidad ambiental está demasiado enfocada en la reducción de emisiones y que, se dio cuenta, es mejor para la raza humana gastar guita en problemas actuales, como la pobreza y las enfermedades, que en hipótesis tremendistas sobre el futuro. "Tenemos que hacer foco en métricas más importantes que las emisiones y las subas de temperatura: mejorar vidas", escribió el fundador de Microsoft.
Hasta hace nada (2021), Gates escribía cosas como: "Si seguimos así, las consecuencias serán catastróficas". Y advertía: "Nos estamos quedando sin tiempo". Por eso su nueva posición es relevante: porque uno de los mayores participantes del coro catastrofista sobre el cambio climático, uno de sus principales financistas y voceros, con llegada a gobiernos y a las cumbres planetarias, ahora ve que el costo de asumir el cambio climático como una amenaza inminente es demasiado alto y que el precio lo pagan los de siempre: los pobres de los países pobres.

A pesar de que no soy un especialista en el tema pero sí lector de gente como Judith Curry y Bjorn Lomborg ("realistas climáticos" que reconocen el calentamiento global pero dudan de las certezas de las predicciones y la magnitud de su impacto), siento que el pivot de Gates es importante. No sólo por su posible influencia (sus pedidos están dirigidos a la COP30, la cumbre global que empieza la semana que viene en Brasil) sino también por lo que muestra: que el catastrofismo ambiental, actitud dominante que conquistó gobiernos y no aceptaba matices -miles de tecnócratas gritando "¡todos vamos a morir!"-, ya no tiene la potencia que tenía hace apenas unos años.
Lo celebro. Mi posición sobre el cambio climático siempre fue que el calentamiento global es real y que está producido por los humanos (¡lo dice la ciencia!), pero que el activismo ecológico era exageradamente alarmista, que muchas de sus recetas perjudicaban a países todavía no ricos, como Argentina, y que detrás de su postura humanitaria se escondía un velado (y a veces no tan velado) resentimiento anticapitalista y anti-crecimiento. Creía también, y lo sigo creyendo, que el ingenio humano iba a encontrar una solución al cambio climático antes de que sus efectos sean desastrosos. Y es lo que está ocurriendo. Las emisiones globales de gases invernadero están casi estabilizadas (crecen al 1% anual), desde hace años están bajando en Europa y Estados Unidos y se desaceleraron en países como China. Las principales estimaciones nuevas dicen que el aumento de la temperatura global será menos extremo de lo que se temía hace una década.
Después está la cuestión de la plata. ¿Vale la pena que nos gastemos trillones de dólares en descarbonizar nuestras economías cuando hay tantos problemas sociales y económicos sin resolver? Lo que dicen realistas climáticos como Steve Koonin, ex subsecretario de Energía de Obama, es que no sólo los riesgos están exagerados y que sabemos menos de lo que creemos sobre los cambios en el clima: también que los riesgos son manejables, que podemos adaptarnos, y que estas fortunas que estamos gastando en energías renovables podrían tener un destino más útil. Ya nos adaptamos a un aumento de 1,3 grados de temperatura en los últimos 150 años y fue el período más próspero de nuestra especie. ¿Por qué no podríamos volver a hacerlo?
He escrito poco sobre el tema porque sentía, como con muchas creencias unánimes progresistas, que me podía meter en problemas sólo por decir estas cosas, que me parecen de sentido común. Arrugué. Pero otros, que sí se animaron, la pasaron mal: cancelaciones, repudios, acusaciones de "negacionismo". La hegemonía catastrofista fue durante años una versión un poco más científica que la de la hegemonía woke, pero igual de prevalente en foros como Davos y Naciones Unidas. Ahora, si Bill Gates cambió de opinión, me parece que ya no hay vuelta atrás y podemos decir con él que el calentamiento global es un problema pero no es ni de lejos el problema más grave de la humanidad y que salva más vidas curar enfermedades y sacar gente de la pobreza, aunque sea usando nafta y carbón, que condicionar la ayuda a cumplir una serie de requisitos ambientales innecesarios.
Por otra parte, si Greta Thunberg dejó el catastrofismo ambiental y abrazó el catastrofismo palestinista debe ser porque el calentamiento global dejó de ser una causa sexy. Y si dejó de serlo se debe, al menos en parte, a que las advertencias de tono bíblico de hace una década no se cumplieron. Como los apóstoles de Jesús, que cuando decían que el reino de los cielos estaba cerca lo decían literalmente (meses, años), o los socialistas europeos del siglo XIX, que cuando decían que la revolución estaba cerca también lo decían literalmente (meses, años), los activistas ambientales decían, en el cenit de su histeria, que el colapso climático del planeta era inminente: que para 2025 esto sería tierra arrasada, ciudades inundadas, bosques desertificados, la vida al sol intolerable. Los ambientalistas extremos fueron Pedro, el colapso climático fue el lobo y nosotros fuimos los aldeanos, que dejamos de darles bola. No sé si es la mejor comparación, porque al final el lobo sí aparece y se morfa la aldea, pero en todo caso muestra que las amenazas de algunos ambientalistas se pasaron de rosca y se convirtieron, para un sector importante de las sociedades de Occidente, apenas en ruido de fondo.
De esta ideología ambiental me separa, además, su pesimismo y su fatalismo sobre el destino de la humanidad en general y Occidente en particular. A veces parecía, en sus picos de excitación, que no estaban diciendo "todos vamos a morir, hagamos algo" sino "todos vamos a morir y nos lo merecemos porque somos horribles". Como no pienso que seamos horribles, ni la humanidad ni Occidente, me costó siempre identificarme con este argumento y sentía algo de pena por los adolescentes y los millennials convencidos de que habían nacido en la peor época de la humanidad. Además, pensaba, es una idea paralizante. Si todos vamos a morir dentro de cinco minutos, ¿para qué hacer algo? Este catastrofismo, por otra parte, en lugar de fortalecer a la ciencia como institución la termina debilitando, porque cuando las predicciones más extremas no ocurren, el público (la aldea de Pedro) se vuelve escéptico incluso ante los riesgos reales, que por supuesto existen.
En estas cosas, como en tantas otras, prefiero el talante nerd y optimista de Noah Smith, uno de mis articulistas favoritos, crítico histórico del fatalismo ambiental y propulsor de una agenda más positiva, tecnológica y optimista. Al revés de los ambientalistas y sus primos del decrecimiento (un movimiento que buscar revertir el crecimiento económico para reducir la huella ambiental de la humanidad), Noah cree en una agenda de la abundancia y que esa abundancia será más efectiva para reducir el cambio climático que los límites y las restricciones propuestos por los organismos internacionales. Muchos activistas verdes, en cambio, tienen una agenda de escasez, unas ganas enormes, a veces explícitas, de frenar al capitalismo, quizás porque están preocupados por el planeta o quizás, quién sabe, sólo porque no les gusta el capitalismo. A mí los enfoques de escasez, como el decrecimiento y parte la agenda ambiental extrema, me parecen poco efectivos e incluso moralmente dudosos, porque imponen sobre otros, en su mayoría pobres, restricciones que ellos sí se pueden dar a sí mismos.
En fin. Bienvenido Bill a la agenda del sentido común. Gastemos un tercio de la guita en erradicar la malaria, otro tercio en desarrollar baterías (el último cuello de botella de la energía limpia) y otro tercio en adaptarnos a lo que tenga que venir. Y dejemos de decir que todos vamos a morir, aunque técnicamente sea cierto.
Iba a despedirme con una advertencia a los tuiteros de que no me digan negacionista climático, porque creo en la ciencia, pero ya la semana pasada me acusaron de querer matar gente por manejar a 180 km/h sólo porque protesté contra los mil cambios de velocidad máxima en la Ruta 2. O sea que no tiene sentido.
Por Hernán Iglesias Illis (*)