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Liderazgo

Integrante del Consejo Fiscal Asesor, académica y empresaria: los tres sombreros de Ana Fostel

Marcela Dobal Directora de Forbes Uruguay

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Quién es y cómo concibe el crecimiento potencial del país la uruguaya que es doctora en Economía y marcó un hito al ganar el premio Stephen A. Ross.

02 Junio de 2023 19.17

Estudiar finanzas es percibido por muchos universitarios como el camino para aprender modelos matemáticos poderosos que permitirán hacer mucho dinero en Wall Street. La motivación de Ana Fostel nunca estuvo ahí. 

A esta uruguaya que hizo su maestría en el Instituto de Matemática Pura e Aplicada (Brasil) le interesaba entender los mercados financieros para comprender las repercusiones sobre la distribución del ingreso, el crecimiento económico, la desigualdad, las crisis, el consumo, la inversión. 

"Al final del día, las finanzas tienen que ver con el bienestar", dice quien empezó su doctorado en Yale en el 2000, en coincidencia con las corridas bancarias en el Río de la Plata y el default argentino.

Se convirtió en una destacada teórica de economía y finanzas, pero aplicada. En diciembre, ganó el premio Stephen A. Ross, un galardón que no fue otorgado antes a ningún latinoamericano y entre sus laureados incluye a premios Nobel como Beng Holmström y Jean Tirole.

A sus 50 años de edad, Fostel reside la mitad del año en EE.UU. donde es docente e investigadora de la Universidad de Virginia y asesora a la Reserva Federal. 

En Uruguay, vuelca su comprensión de modelos matemáticos y finanzas en el Consejo Fiscal Asesor, creado por el gobierno para asegurar la sostenibilidad de las cuentas públicas en el largo plazo. 

Además, integra el directorio de Cibeles, una empresa familiar que representa a Merck y produce medicamentos, suplementos animales y agroquímicos en Suárez (Canelones) en una planta industrial de 15.000 metros cuadrados. 

Sobre esos tres "sombreros", dialogó con Forbes.

Los estudios de doctorado son largos y demandantes. No tenías referentes mujeres. ¿De dónde creés que surge tu "ADN doctoral"?

El principal desafío es la capacidad de resiliencia. Hay que aprender a convivir de forma sana con el error y el fracaso, porque en investigación para que salga la idea y el teorema son años... 

Si a los 15 años cuando iba con mis papás a la feria de Tristán Narvaja me hubieras preguntado por qué compraba los libros de matemática de las editoriales de Moscú, que me encantaban pero eran como una piedra, o si algún día iba a hacer un doctorado... no tenía ni idea. Son procesos lentos de esclarecimiento. Esto viene tal vez de una ética de trabajo familiar: "en lo que hagas, hacé el kilómetro extra, empujá para adelante". 

Mis papás eran de origen muy humilde. Mamá se crio en La Unión, era obrera desde los 16 años y ni pisó la universidad. Papá era de origen rural y llegó a ser veterinario, pero era todo con mucho esfuerzo.

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Foto: Nicolás Garrido

Él fue uno de los fundadores de Cibeles, una empresa que logró proyección internacional. ¿En qué te marcó su recorrido?

Era el doctor Ruben Fostel. Fue quien empezó con la inseminación artificial en Uruguay, en 1956. Le encantaba volar e iba con su avioncito a todas las cabañas. Generó una relación de amistad con la cabaña San José de Yaguarí, de los Zerbino. En 1976, recibió la representación exclusiva de los medicamentos de la línea veterinaria Merck Sharp & Dohme e invitó a la familia Zerbino a formar parte de la sociedad. Cibeles tiene seis socios fundadores: mi padre y cinco hermanos Zerbino. Comenzó con capitales de las dos familias. Ha cambiado mucho. No solo pasó los vaivenes propios del negocio, sino las crisis del país y de la región. Todavía recuerdo la "tablita" (crisis de 1982). Tenía 10 años. Mi padre iba al banco mes a mes, para poder pagar sueldos. La casa donde vivíamos estaba hipotecada. Tal vez de ahí vienen todas mis ganas de investigar estas cosas (risas).

En el campo uruguayo la cobertura de riesgos no es extendida, pese a que un día los commodities están altísimos y el otro la sequía pega fuerte.

A veces me preguntan en EE.UU.: ¿qué hacés en una empresa sudamericana que se dedica a la agricultura y la veterinaria? ¿qué tiene que ver eso con finanzas? "Todo", les respondo. Es un sector de los más antiguos e importantes de la economía, porque es salud humana, animal y vegetal, pero además implica una estrategia de manejo de riesgos a veces sofisticada. 

Ojalá Uruguay siga progresando en ese sentido. El productor de maíz en Iowa se cubre contra sequía, contra granizo, contra el precio del mercado de exchange en Chicago, contra todo. Acá es un poco más complicado, pero eso sin duda irá mejorando.

¿Qué aportó tu mirada académica al directorio de Cibeles?

Mi padre fue presidente desde 1976 hasta 2009, cuando renunció y quedó en el directorio. En 2015 entré a cubrir su lugar como representante de la familia. 

El presidente desde 2009 es el contador Daniel Zerbino Stajano. Soy una fuerte creyente de que siempre nutre sumar gente de afuera con una mirada fresca. Me pasa también en la academia. No estar totalmente sumergido en los problemas diarios permite hacer preguntas que desde adentro a veces no hay tiempo de plantearse.

Me hablaste de convivir con el fracaso. Además, en investigación las recompensas no son inmediatas. Recibiste en 2022 el premio Stephen A. Ross por una investigación que publicaste en 2008. ¿Qué estabas haciendo cuando te enteraste del reconocimiento?

Estaba en La Esmeralda (Rocha), un balneario entre Aguas Dulces y Punta del Diablo al que siempre fuimos a veranear con mis padres desde que tengo un año. Conservamos la casa. Al poco tiempo del fallecimiento de papá, nos tomamos unos días a fines de diciembre con mi pareja para tratar de desconectarnos. De repente sentí que sonaba un celular. 

Era un mensaje de texto de mi coautor: "Ana, te están llamando y no te encuentran. Son buenas noticias, atendé". Entonces, hablé con Adriano Rampini, profesor de Duke University que preside la Foundation for the Advancement of Reaserch in Financial Economics (FARFE). 

Me dijo que nos habían otorgado este premio que se da desde 2008, cada dos años, a un artículo de investigación publicado en los últimos 15 años que consiguió empujar la frontera del conocimiento en finanzas teóricas y por las repercusiones que eso tiene en las políticas económicas. Fue una sorpresa y una emoción muy grande.

¿Qué tiene de especial que esto sucediera en La Esmeralda?

Ahí éramos un grupo muy pequeño de gente y vacacionaba Alberto Calderón, uno de los matemáticos argentinos más destacados, de primer nivel. Fue profesor en la Universi- de Chicago. Se instalaba todos los veranos en su casita frente a la nuestra. Lo veía siempre con los numeritos. 

De vez en cuando, me hablaba de matemática y para mí era increíble. Un día, en los años 80, llegó un telegrama de Castillos que decía que Calderón había ganado un premio espectacular y lo buscaban en La Esmeralda. Entonces, mi primera reacción cuando me llamaron fue: "¡ay, como Calderón!". Con todas las diferencias de ranking intelectual y profesional, pero fue como una especie de déjà vu.

¿Calderón fue uno de tus referentes?

Tuvo mucho que ver en mi entusiasmo por la matemática desde que era niña. Quería ser como él. No me gustaba el sol y veía que él no bajaba a la playa, nadie le ponía presión y se pasaba todo el día leyendo. Pero recibir este premio fue una emoción por otras razones también. 

Conocí muy bien a Stephen Ross en mi época de estudiante. Fue profesor de Yale, del MIT. No ganó el premio Nobel porque falleció en forma temprana, pero era un Nobel seguro. Fue un gran maestro. Me sentí muy honrada por ganar este premio que lleva su nombre. Y también por ganarlo junto a mi coautor, John Geanakoplos, que fue mi orientador de tesis de doctorado en Yale. 

En octubre se hará una conferencia en el MIT en honor al trabajo que hicimos, donde participarán durante dos días los mejores economistas del área. Esta agenda de investigación que empezamos sigue. Muchos estudiantes de doctorado trabajan en esto. 

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Foto: Nicolás Garrido

El principal aporte de su investigación es sobre la valoración del precio de los activos que también pueden usarse como garantía.

Sí, con John hablamos hace años de esto. Como me encanta la literatura siempre pongo como ejemplo El Mercader de Venecia, donde la garantía del préstamo es "a pound of flesh" (una libra de carne). Entonces, si no devuelve el préstamo, Antonio tiene que pagar con su vida.

Es todo un drama shakespeariano. Los barcos se hunden, Antonio no puede pagar y Shylock, el prestamista, viene a pedirle la garantía. Todo el mundo se acuerda de cuál es la garantía en El Mercader de Venecia y nadie tiene idea de cuál es la tasa de interés, que es cero. ¿Por qué hago esta historia?

Todas las finanzas estándares se han dedicado a entender el precio de los activos mirando el precio fundamental, que es la tasa de interés. Y todos hablan de ella. Nosotros decimos que, cuando un activo sirve además como garantía para pedir un préstamo, las fórmulas tradicionales de valoración de activos cambian. Fijate que los bonos o las hipotecas se usan como garantía… 

Ese es el primer punto teórico simple. Probamos también que esto explica muchos fenómenos de contagio, porque los problemas de garantía se pasan a precios. Por ejemplo, un problema de liquidez con los junk bonds (bonos "basura") afectó los spreads de los bonos soberanos argentinos o brasileros, pero acá no había pasado nada con la economía.

Asesorás a la Reserva Federal. Según tu experiencia, ¿cómo se traduce esto en la política económica?

Hace años estamos trabajando con John en la Reserva Federal. Les decimos que no se fijen solo en la tasa de interés, sino también en los ratios de apalancamiento, que son cuánto la gente se apalanca en un bono para pedir prestado. Esos ratios son importantes para predecir crisis de liquidez. 

No estoy diciendo que los fundamentos de las economías no importen. Importan, pero estamos desde Bretton Woods en una economía muy dolarizada, entonces hay factores globales que afectan. Si los spreads de mercado se te van altos, puede ser por fundamentos o por factores globales y es todo un arte saber distinguirlos.

¿El gobierno debería invertir más en la formación de expertos en estos temas?

Si me preguntás si el Estado tiene que tener una política de inversión para generar doctorados en economía, capaz que no es la prioridad, pero está buenazo que haya masa crítica de economistas. Los chilenos eran expertos en eso, pero no era una política de Estado. 

Los mismos profesores recomendaban estudiantes al MIT de Chicago y entraban como por un tubo. Los uruguayos estamos tratando de hacer eso, mandar gente a Virginia. Lo hacemos con Juan Dubra, Federico Echenique... La Sociedad de Economistas del Uruguay también trae a la diáspora todos los años.

¿Cómo lograr que esos expertos vuelvan?

El desafío está ahí. Con un Producto Interno Bruto (PIB) potencial de 2,1% no tenemos capacidad de absorber gente. Una cosa y otra van de la mano. El PIB potencial subidad rá en la medida que eduquemos, generemos trabajos de calidad, tecnología... y eso implica traer gente. 

Cuantos más vuelvan, además, más quieren volver. Lo veo en Virginia, donde tuve un montón de estudiantes chinos de doctorado en los últimos 20 años y al principio era impensable... querían quedarse allá en EE.UU. Ahora se quieren volver a China. Yo me quedé, pero ahora seis meses al año paso acá en Uruguay. Va por ahí.

Las finanzas son promesas, pero la política también… ¿Cuál es la clave para lograr el equilibro entre regla fiscal y discrecionalidad?

Es una pregunta profunda. Las finanzas son promesas, promesas de pago. Y la política también es la venta de una promesa al ciudadano… y en ese proceso las cosas son mucho más complejas. 

Las promesas no solo se rompen por deshonestidad, se rompen por coyuntura externa, por condiciones de realidad, por shocks, porque la democracia es el arte de la negociación. No siempre se puede cumplir.

Dicho esto, una de las razones por las cuales me encantó formar parte del primer Consejo Fiscal Asesor del Uruguay es porque es un gran intento de maniatar, de ponerle riendas a estas cosas. Los países emergentes son procíclicos. En época de vacas gordas, gastás, te la patinás. 

En época de vacas flacas, en vez de hacer un gasto público, es al revés. Eso hay que corregirlo. La política fiscal tendría que ser contracíclica o acíclica. Por otro lado, están los "carnavales electorales"…

¿Se puede erradicarlos?

No sé, pero una regla los aminora. Es un arte generar instituciones que vayan corrigiendo los sesgos y falencias del sistema democrático republicano. Tenemos que negociar por los que votamos y también empezar a negociar por los que todavía no votan, las generaciones más jóvenes. No podés pensar en sostenibilidad fiscal sin una mirada de largo plazo.

El déficit fiscal efectivo te da tanto por ciento, pero el déficit estructural implica borrarle el ciclo, suavizar, sacarle lo extraordinario. ¿Cuánto hubiese sido de forma genuina si estuviéramos en nuestra trayectoria de tendencia? 

Esa es la mirada que hay que tomar. En algunos sentidos es precioso ser uruguayo en esta época, porque se están gestando muchas cosas que pueden llegar a cambiar el país en los próximos 50 años. Además de tener mi "sombrero" académico y mi "sombrero" corporativo, decidí ponerme este, que es honorario, independiente y técnico, porque estoy totalmente comprometida con que Uruguay precisa esto. Ojalá quede. Eso lo deciden los políticos.
 

*Esta nota fue publicada en la revista Forbes Uruguay del mes de Abril

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