Éste si, ésta no. Deslizo el dedo y paso al siguiente candidato o candidata, o más bien a su foto, que es la información que tengo de ese otro ser humano. Más alto, más baja. Le gusta la música, no quiere hablar de política. Le doy like a alguien, pero nada más. Deslizo y paso al siguiente o a la siguiente. Así hasta llegar al match, según una lista de requisitos en los que selecciono a la persona como si fuera una silla de catálogo. A pesar de lo frío que suena este proceso, las apps de citas no son muy distintas a los viejos métodos casamenteros. Amores materialistas lo pone sobre el tapete.
Requisitos agotadores
Dakota Fanning es una casamentera en esta película romántica con mínimos toques de comedia. Trabaja para una empresa neoyorquina que brinda el servicio equivalente a lo que en Uruguay hace Mary Cioli, forma parejas, se esfuerza para que se produzca el tan deseado match. En la película, ese match viene con perspectiva de casamiento, de amor en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe y todas las demás expresiones que suelen usarse.
El acompañamiento que ofrece es personalizado. Se reúne en cafeterías con sus clientas y clientes, conversa sobre sus requerimientos y aspiraciones; luego hace un seguimiento de cada salida y, cuando tiempo después alguna pareja se convierte en matrimonio, en la empresa se lo festeja como si fuera una victoria. Casi como en una financiera de Wall Street, el éxito se mide en casamientos que demuestran lo bien invertidas que estuvieron las horas de salidas y lo bien asesorados que fueron sus clientes y clientas.
La empresa, a la que uno se suscribe mientras busca conocer y construir pareja, maneja una lista de requerimientos que se le preguntan a los candidatos, para unificar criterios y saber cuáles son las personas idóneas para cada caso. Debe medir un mínimo de tantos centímetros, pide alguien. No acepto que tenga un ingreso menor a tantos dólares al año, exige otra. Que sea caucásico, aunque si no hay más remedio estoy dispuesta a probar otros colores, se resigna una. Dakota Fanning les sonríe, toma apuntes, piensa en su portfolio de seres humanos y ofrece posibilidades. Luego, si hay coincidencias, los pone en contacto, les genera una cita y los monitorea demostrando alegría si la experiencia fue buena.
Su mundo se conforma por ese trabajo, por estar soltera y por creer que lo correcto para ella es continuar sola toda su vida. De este modo, al inicio, la película se presenta como una suerte de crítica y cuestionamiento al daño que han ocasionado las idealizaciones en el mundo de las relaciones afectivas.
Deshumanizados o humanizados
Nos hemos habituado a lidiar con algoritmos. Tanto que, cuando queremos una experiencia humana, mezclamos nuestras neurosis y ansiedades con un pensamiento algorítimico férreo. Creemos en esa lista de condiciones (sea cual sea la que nos corresponda) y buscamos el match instantáneo, el que se da una sola vez y dura para siempre. Ese es el mundo de condiciones ideales con el que debe lidiar el personaje de Dakota Fanning para llevar adelante su trabajo y ser exitosa en los términos de su empresa.
La directora y guionista Celine Song (que en realidad se llama Song Ha-Young y es surcoreana), parte de ese mundo de idealizaciones y convicciones para hacer su primera película en Estados Unidos. Su película anterior, Vidas pasadas, había sido nominada al Oscar en 2023, lo cual era un buen antecedente ya que fue su primera incursión en el cine después de años escribiendo y dirigiendo teatro.
No en vano, Amores materialistas tiene uno de sus puntos más humanos y creíbles en su mirada al mundo del teatro independiente y más pobre de la Gran Manzana.
Como buena película romántica apela a fórmulas de guion. Celine Song escribe a conciencia, rompiendo ciertos moldes, pero conservando otros. Invierte la vieja idea del príncipe azul o de la Bella durmiente, por ejemplo, al usar a Pedro Pascal como una persona que es, en teoría, el candidato perfecto para cualquier usuaria del servicio.
Conserva moldes, al contraponer lo que el personaje quiere y su mundo de creencias con lo que el personaje verdaderamente necesita. El choque entre lo que el personaje quiere y lo que necesita es un motor dramático muy frecuente en el cine y el teatro. Tiene que ver con las búsquedas inconscientes en las que, con más o menos matices, todo ser humano se refleja.
Aquí la contraposición está en la presencia de Chris Evans, que interpreta al ex novio de Dakota Fanning. Su personaje es un actor que no logra salir de la pobreza ni de las obras de teatro menores y que trabaja de mozo para pagar las cuentas. Su presencia es un acierto de casting. Después de años de haberlo visto como el hipertrofiado Capitán América, Evans está flaco, barbudo y tiene aspecto de persona real.
De acuerdo al checklist que maneja la empresa de parejas en la que está Dakota, el personaje de Chris Evans ni siquiera calificaría para un vistazo a su foto. En la vereda opuesta, Pedro Pascal cumple con todos los requisitos y es lo que califican como "un unicornio", uno de esos candidatos que aparecen raramente: millonario, elegante, educado, respetuoso y galán. Eso, claro, si se evalúa a la gente en clave de algoritmo.
A través de estos personajes se empiezan a colar las idealizaciones a las que aparentemente se cuestionaba en el comienzo.
Los algoritmos que nos habitan
Hollywood también nos ha habituado a disfrutar el arte cinematográfico según algoritmos mentales que nos hemos grabado sin darnos cuenta. Por eso, las películas que se apartan de ciertos patrones recorren circuitos menores o nos llegan por plataformas algo más especializadas como MUBI, la española Filmin o la uruguaya +Cinemateca.
Celine Song está haciendo una película con estrellas de Hollywood y, por más que proponga cambios visuales y formales, hay reglas que debe cumplir. Especialmente en una película romántica.
De modo que, según las reglas dramáticas, si sabemos lo que el personaje cree y quiere, podemos predecir que esa creencia se verá sacudida y que, en ese proceso, el personaje encontrará lo que necesita. Hay algo de verdad y de experiencia humana en eso, aunque no todas las personas permitan que su juego de creencias se vea sacudido o estén dispuestas a indagar si lo que quiere se corresponde con lo que necesita.
Así aparece la idealización en el cine, que es la puesta en pantalla de aquello que nos gustaría que sucediese en la vida real. Es la visión aspiracional de la vida, la que despierta comentarios cómplices entre espectadores en una sala de cine o una sonrisa de satisfacción cuando la película termina del modo en que lo imaginamos (hay algo infantil en eso de disfrutar de la seguridad que nos da saber lo que va a ocurrir).
Esto sucede, sobre todo, en una historia que, aunque no lo parezca, tiene mucho de La bella durmiente. Que la Bella no sea pasiva o que el príncipe no sea el esperado, no significa que encontremos un final distinto al que conocemos. De esa manera, Celine Song se las ingenia para buscar proponer un encare rupturista de las historias románticas, sin quebrar los moldes que el cine industrial necesita sostener.