En el aeropuerto de Maui, un muchacho está sentado, triste y solo, a punto de partir en un avión al que están por subir un ataúd. En una playa de Sicilia, una mujer se mete al agua y, de golpe, se encuentra con varios cadáveres flotando. En medio de la selva en Tailandia, una sesión de meditación se ve interrumpida por un tiroteo. Así comienza cada una de las tres temporadas de The white lotus, disponible en HBO Max. Sin embargo, esos inicios fuertes son apenas el exterior de una cebolla que se pela capítulo tras capítulo.
Tres partidas de ajedrez
The white lotus es el nombre de una ficticia cadena de hoteles y spa de lujo que tiene sedes en distintas zonas paradisíacas del mundo. En apariencia, ese sería el común denominador de las tres temporadas, cuyas historias son independientes entre sí, aunque tengan tres personajes más o menos recurrentes.
La serie está completamente escrita y dirigida por Mike White en un caso poco frecuente para la televisión (una referencia cercana, también de HBO, serían las primeras dos temporadas de True detective). El doble rol de White y la forma en que la serie ha crecido, se ha ido depurando en sus aspectos más esenciales y ha ido arriesgando cada vez más, es algo notable que habla de un sello autoral poco frecuente en el streaming.
White es un actor, participante del reality The amazing race, libretista y director responsable de haber coescrito películas de animación y, entre otras cosas, el guión completo de la celebrada Escuela de rock. Pero no había hecho nada a este nivel.
Las temporadas están construidas sobre constantes. Luego de esos inicios fuertes e intrigantes, la historia retrocede siete días, hasta el momento en el que un conjunto de personajes llega a la sede de turno de esta cadena. Siempre en barco. Todas las veces recibidos por parte del amable personal del hotel. Constantemente en marcos idílicos, hermosos y notoriamente exclusivos. Desde el primer momento se puede percibir que esta cadena trabaja solo con público que puede pagar lujos muy altos.
Ahí aparece otra de las constantes e intereses que trabaja White a la hora de escribir sus libretos y elegir sus elencos. Normalmente, su reparto está formado por gente espléndida, brillante, tan idílica como los paisajes a los que llegan, pero cargados de secretos.
Cada temporada incluye a una familia en cuya dinámica se esconden tensiones. También hay personajes que llegan solos, parejas que cargan con incomodidades y potenciales problemas y personal del hotel que tiene sus pasiones más o menos ocultas.
Cada temporada de The white lotus, entonces, funciona como una partida de ajedrez. Las piezas son las mismas, pero el desarrollo de la contienda será distinto y único en cada una de las tres temporadas. Los enfrentamientos no son solo entre personajes, sino que pueden ser interiores, pueden ser accidentales o incluso no planificados, a diferencia del juego de tablero.
Gracias a la pandemia
White es muy hábil a la hora de desorientar al espectador, que desde el primer episodio especula y atiende a cada detalle, para adivinar quiénes serán los muertos que flotan en el agua siciliana o qué ocasiona el tiroteo en Tailandia. El juego con las expectativas es creciente, del mismo modo en que se desarrollan los dramas y se van revelando las oscuridades, miserias o traumas de los personajes.

Además de esto, una gran virtud está en la elección de actores y actrices. Es cierto que hay figuras famosas o prestigiosas, como Michelle Monaghan, Michael Imperioli (el sobrino de Tony Soprano), F. Murray Abraham o Parker Posey. Pero son más importantes, todavía, los textos que tiene cada personaje y la forma en que son dirigidos. Nadie cae fuera del tono de comedia negra recargada de drama y esto es mérito del trabajo de White y su equipo. Todos tienen el gesto justo, la posición corporal adecuada y los tiempos que se requieren para que la maquinaria funcione.
Lo destacable del asunto es que la serie nació de un encargo casi de emergencia que hizo HBO, en el pandémico 2020. Se necesitaba alimentar la máquina del streaming con contenido filmable en condiciones restringidas. White vio la posibilidad de hacerlo en un hotel, lugares subutilizados en ese entonces; pensó en Hawaii y así nació la primera temporada, escrita, producida y realizada en un plazo relativamente corto.
La belleza que oculta fealdad
Dos de los varios personajes de la segunda temporada forman una pareja perfecta. Ambos son, como se dice, hegemónicos. Tienen dinero, exudan simpatía, compañerismo y complicidad. Por supuesto que debajo de todo eso hay algo que no está bien, porque es parte del juego de la serie.
Pero la astucia de Mike White es evitar el lugar común y no quedarse con el lado feo de personas exitosas y bellas. Trabaja sobre sus sicologías, sus comportamientos y cómo estos afectan a quienes están a su alrededor. Siempre lo hace desde un ángulo narrativo, con la meta de que ese costado oculto genere vueltas de tuerca y situaciones de tensión. Algo parecido sucede con las tres amigas de la tercera temporada, aunque con revelaciones muy diferentes a lo que se podría esperar.
El sexo y la belleza son dos elementos trabajados al extremo, tanto en lo explícito como en lo implícito, tanto en lo físico como en lo paisajístico. White juega con la idea de que la atracción por lo bello, sea sexual (notoriamente enfocada en desnudos masculinos) o sea estética, conduce a conocer lugares oscuros del otro. Casi desde el comienzo de cada temporada es posible intuir que por debajo de la superficie hay un hervidero de sentimientos o pensamientos que van a estallar.
En la tercera temporada la jugada va hasta el extremo. White elige nada menos que al hijo de Arnold Schwarzenegger para disolver la idea de masculinidad a través de un personaje que vive una situación extrema y muy pesada desde lo sicológico. El arco de este personaje es una pequeña parte de lo que le sucede a todo en el reparto, quienes, al igual que los de las dos primeras temporadas, reciben un tratamiento muy fino desde la escritura y la actuación.
Ninguno queda por fuera del tour de force emocional que representa esa semana en el White lotus durante la temporada más intensa de las tres. Tan intensa que cabe preguntarse si tiene sentido que haya una cuarta con la que el realizador redoble la apuesta, solo porque lo obligaría la lógica de riesgos crecientes que tomó desde que le dieron luz verde para hacer una segunda temporada.
Afortunadamente, lo de la serie no es una crítica a los estándares de belleza ni a las imágenes que cada individuo proyecta sobre los demás. Tampoco está pensada como una crítica social hacia el público que puede acceder a estas instalaciones de lujo, aunque haya algunos críticos que le hayan señalado esto como virtud. Ahí radica otro de sus puntos altos, porque carece de una agenda social. Su agenda, por lo tanto, está en su compromiso, es con el drama, el humor negro, la estética, los personajes y con el juego de intriga que le plantea a su audiencia, capítulo tras capítulo, temporada tras temporada.