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¿Por qué postergamos nuestras metas? Qué dice la psicología a dos meses de terminar el año

Mark Travers Psicólogo estadounidense egresado de la Universidad de Cornell y la Universidad de Colorado Boulder.

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El temor al error, la autoestima atada al rendimiento y una manera rígida de pensar pueden obstaculizar el deseo de avanzar. Qué estrategias propone la ciencia para salir del estancamiento sin autoflagelarse.

6 Noviembre de 2025 18.50

Muchas veces, cuando uno desea algo grande, ya sea un sueño, un cambio importante o una versión de sí mismo a la que quiere llegar, el miedo pesa más que el entusiasmo. Crecer implica salir de lo conocido y eso, por naturaleza, genera incertidumbre. Y, ante la incertidumbre, aparecen los temores. Sin darte cuenta, esos miedos pueden empezar a marcar lo que hacés. Tal vez empezás a posponer tareas, a prepararte sin parar o a esperar ese "momento ideal" que nunca aparece.

Si venís postergando las metas que más te importan, tené en cuenta que casi nunca se trata de pereza ni de falta de voluntad. Muchas veces, lo que te frena es que, sin darte cuenta, ataste tu identidad a lo que lograste. Sin darte cuenta, podés empezar a mirar tus metas no solo como objetivos, sino también como una forma de medir quién sos. Por ejemplo, tu mente puede interpretar un ascenso como algo más que un logro profesional: lo vive como una prueba de tu capacidad. Lo mismo puede pasar con una relación, que se transforma en un termómetro de tu valía. O con ese proyecto soñado, que se convierte en una especie de examen definitivo de tu talento.

Un estudio publicado en 2019 en Environmental Research and Public Health buscó entender por qué algunas personas se mueven por el deseo de aprender para alcanzar sus metas, mientras que otras lo hacen por la necesidad de demostrar que valen. También quisieron ver cómo impactan estas dos formas de motivación en las estrategias que cada uno utiliza cuando surge el miedo al fracaso. Para ello, analizaron los perfiles motivacionales de más de mil estudiantes y sacaron varias conclusiones.

Lo más interesante del estudio fue que detectaron un patrón claro: los estudiantes con baja autoestima —es decir, con un sentido de valía frágil o que dependía de sus logros— eran mucho más propensos a recurrir a estrategias de autoprotección ante el riesgo de fracasar. Estas estrategias aparecían, sobre todo, de dos formas:

  • Auto-sabotaje. Muchos estudiantes generaban, sin darse cuenta, excusas u obstáculos (como posponer tareas o no esforzarse al máximo) para que, si les iba mal, pudieran proteger su imagen personal con frases como: "No lo intenté de verdad, así que no cuenta".
  • Pesimismo defensivo. Esta estrategia consistía en bajar las expectativas y prepararse mentalmente para lo peor, con la idea de amortiguar el golpe emocional si las cosas salían mal.

El estudio también encontró un vínculo entre estos comportamientos y la forma en que los estudiantes abordaban el rendimiento académico. Quienes se enfocaban en aprender —es decir, en crecer y dominar nuevas habilidades— mostraban una motivación más saludable y una autoestima más sólida. En cambio, quienes priorizaban lucir competentes o evitar quedar como incompetentes caían con mayor frecuencia en estos patrones defensivos.

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Si venís postergando las metas que más te importan, tené en cuenta que casi nunca se trata de pereza ni de falta de voluntad. Muchas veces, lo que te frena es que, sin darte cuenta, ataste tu identidad a lo que lograste. 

 

Los resultados de este estudio muestran algo clave: cuando nuestra autoestima depende del éxito, el fracaso deja de ser una oportunidad para aprender y se vuelve una amenaza personal. Con el tiempo, esto puede apagar por completo la curiosidad e incluso llevarnos a sabotear nuestro propio camino.

Tu mentalidad moldea tu respuesta emocional ante los contratiempos

El peso que le das a tus logros o fracasos a la hora de definirte está condicionado por tu manera de pensar. Las personas con una mentalidad fija —que creen que la inteligencia o la capacidad no pueden cambiar— suelen atar su autoestima directamente a lo que consiguen.

Para estudiar este fenómeno con más detalle, un trabajo publicado en 2022 en Frontiers in Psychology encuestó a 398 estudiantes universitarios de Estados Unidos y Hungría. Analizó sus creencias sobre la inteligencia (mentalidad fija versus mentalidad de crecimiento), su autoestima y sus reacciones emocionales frente a reveses académicos.

Los resultados mostraron que tener una mentalidad fija no generaba, por sí sola, emociones negativas. Lo que hacía era debilitar la autoestima frente al fracaso, y eso, a su vez, disparaba sensaciones como vergüenza, decepción y desesperanza.

Un punto importante del estudio es que el patrón se repitió en ambos contextos culturales. Esto sugiere que la autoestima cumple un rol central en las respuestas emocionales frente al fracaso, más allá de si la motivación está ligada al logro personal o a cumplir con expectativas sociales.

La conclusión principal es que el fracaso, por sí solo, no representa una amenaza. Lo que realmente importa es el sentido que le damos. Cuando los tropiezos se viven como una medida del valor personal, el miedo puede frenar cualquier intento y abrirle la puerta a la postergación.

La parte alentadora es que tanto la forma de pensar como la autoestima pueden cambiar. Si alguien adopta una mentalidad de crecimiento —es decir, si entiende que las habilidades se desarrollan y no son algo fijo— y aprende a tratarse con autocompasión y aceptación, es posible separar el valor personal de los resultados. En ese escenario, el fracaso deja de ser una carga y puede transformarse en una oportunidad real para aprender.

Cambiá tu percepción del fracaso

Es difícil no tener miedo al fracaso, pero también es clave entender que muchas veces resulta necesario. En varios casos, el error termina siendo la parte más valiosa del recorrido, porque suele ir de la mano del aprendizaje.

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 Si encarás cada tarea con la curiosidad y la apertura de alguien que lo hace por primera vez, vas a enfocarte más en el proceso que en la necesidad de demostrar algo o de medir tu valor a partir del resultado.

 

Por eso, la próxima vez que sientas que no estuviste a la altura de un desafío, probá cambiar el enfoque. En vez de etiquetarlo como un fracaso, pensalo como la primera prueba dentro de una serie de intentos. Ese cambio puede convertir los tropiezos en oportunidades para descubrir y crecer.

Una forma práctica de hacerlo es adoptar la mentalidad de un principiante. Si encarás cada tarea con la curiosidad y la apertura de alguien que lo hace por primera vez, vas a enfocarte más en el proceso que en la necesidad de demostrar algo o de medir tu valor a partir del resultado.

Otro consejo útil es no incluir todas las fichas en una sola meta. En vez de ver el éxito como una apuesta de "todo o nada", podés buscar distintas formas de encontrar satisfacción y avanzar en distintas áreas de tu vida.

En esos días en que no te sentís bien en algún aspecto, tener otras actividades que te entusiasmen ayuda a seguir creciendo y a mantenerte con una sensación de logro. Puede ser un hobby, un proyecto paralelo, aprender algo nuevo o involucrarte en algo que consideres valioso.

Al diversificar tus fuentes de logro, bajás la presión sobre un único objetivo. Así, es más fácil mantener la motivación, incluso en los momentos más difíciles, y fortalecer tu capacidad de adaptación.

 

*Con información de Forbes US.

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