Entre buena parte del público de streaming se produjo una suerte de suspiro de alivio descontracturante cuando Netflix estrenó División Palermo en 2024. Había una tensión y una idea de pérdida del sentido del humor provocados por supuestos sobre qué clase de chistes estaban permitidos según criterios hipotéticos basados en movimientos sociales. Santiago Korovsky, un actor y realizador poco conocido que tenía algo más de treinta y cinco años, demostró que, contra la creencia popular, se podía seguir haciendo humor alrededor de temas sensibles.
En la segunda temporada, que acaba de estrenarse, redobla la apuesta. Y la llegada de la nueva versión de La pistola desnuda a los cines (bajo el título de ¿Y dónde está el policía?) no hace más que reafirmar que la pretendida dictadura de la corrección política en verdad nunca existió. Solo se necesitaba quien entendiera los nuevos pasos que podía dar el humor.
Todo sea por la imagen
El humor negro permea División Palermo sin pedir permiso, pero con consciencia de sí mismo. Santiago Korovsky y su equipo de colibretistas, entre los que están el comediante Martín Garabal y la actriz y directora Mariana Wainstein, saben cómo contar las desventuras de sus protagonistas, un grupo de civiles que pertenecen a distintas minorías y que son reclutados para una guardia urbana.
En esta ficción, el Estado resolvía crear una guardia formada por civiles de distintos grupos minoritarios, segregados o víctimas de prejuicios, con el objetivo de mejorar la imagen institucional. Así, reclutaban a un inmigrante, una trans, una chica en silla de ruedas, una autista, un ciego, un chico con síndrome de Down, un judío, una persona con sobrepeso y los ponían bajo el mando de un líder con brazo ortopédico, encarnado por Daniel Hendler.
Con excepciones como las de Hendler o Pilar Gamboa, los actores que interpretaban a esos personajes respondían realmente a esas características. El primer chiste era sobre la misma corrección política, porque el Estado hacía una lista de categorías y las completaba con estos cupos cual checklist. De ahí en más, todos los chistes de la serie son acerca de cómo se trata la corrección política y no sobre las discapacidades o condiciones de cada personaje. Esa distinción no es menor y en ella radica la clave.
La corrección política del siglo XXI apuntaba, al menos desde lo social, a reivindicar el respeto y los derechos de muchos grupos históricamente denostados. En ese sentido, más que corrección, se trataba de defensa y reivindicación justa. Dentro de esa lucha aparecía una reacción contra el humor hecho sobre ellos (sin ir más lejos, la televisión y el cine argentinos fueron inundados durante años con chistes en los que se ridiculizaba homosexuales o personas con capacidades diferentes).
Esta ola social, amplificada en redes sociales generó, a su vez, una idea que irritó hasta las personas más progresistas: ya no se podía hacer humor con nada. Eso parecía, pero no era así.

El show de stand up más flojo de los que Ricky Gervais hizo para televisión, Supernature, estaba marcado por cómo se sentía condicionado por la corrección política. Si bien este humorista británico tiene incontables obras (The office es tal vez la más popular), una de sus mejores ficciones de humor negro fue la miniserie Life´s too short. Protagonizada y escrita por un actor enano, Warwick Davies, satirizaba el mundo del cine, de las estrellas (entre otros, Johnny Depp interpretaba una versión insoportable de sí mismo) y de los actores de segunda línea. No se burlaba del enano, sino de quienes estaban a su alrededor. Y cuando el chiste era sobre él, trataba sobre su forma de ser, que podía ser la de cualquier otra persona.
Es lo mismo que hace División Palermo. Los incontables y delirantes chistes y situaciones humorísticas no ridiculizan las discapacidades, sino que se burlan de las ineptitudes, torpezas, egos y corruptelas de todos los personajes. Santiago Korovsky y quienes lo siguieron a la hora de producir, escribir y actuar, entendieron que la dictadura de lo políticamente correcto era un fantasma que había nacido como reacción a reclamos sociales.
Como fantasma, era intangible, producía miedo, pero no hacía nada. Uno podía atravesarlo.
En esta segunda temporada el humor se intensifica y va más al límite, casi sin perdonar a nadie, pero sin burlarse. Se ríe también de lo cool y sofisticado a través del personaje de Juan Minujín, que encarna a un esnob propietario de una cafetería de especialidad. O pone en el centro de la broma al personaje manco que encarna Daniel Hendler, no por tener un brazo prostético, sino por ser un inepto como jefe y por sus pretensiones de dramaturgo.
La ilusión de la dictadura
Es verdad que la misma Netflix contribuyó mucho a generar la idea de que ese fantasma era real. La inclusión de razas y minorías en sus producciones llegó a puntos en que parecía una pose y no una muestra de consciencia social. Algo parecido ha sucedido con Disney, corporación que por su poder gigantesco tiene medido el impacto de lo que se muestra en sus películas y series (por ejemplo, elaboraron un estudio sobre cómo eliminar los cigarros de sus ficciones repercutían en una disminución del consumo de tabaco en el mundo real).
Como corresponde y es inevitable, estos movimientos han desatado inagotables debates online. Si La sirenita o algunos elfos de la serie de El señor de los anillos eran negros fueron temas casi tan discutidos como la guerra en Gaza. Debido a que a lo virtual le atribuimos un peso más fuerte del que tiene sobre lo real, es que cobra fuerza el espectro de la dictadura de la corrección política.
Lo que hubo detrás de estos movimientos ha sido una mezcla de cambios generacionales, impacto de manifestaciones sociales y entendimientos sobre el mercado. Si Hollywood continuaba haciendo películas protagonizadas por varones, estaba perdiendo mucho potencial dentro del cincuenta por ciento de la población que no se veía representada como protagonista. Y, con la misma lógica de mercado, se puede hablar sobre los colores de piel que se ven en pantalla.
Era necesario que los heroísmos dejasen de caer en manos exclusivas de protagonistas masculinos y que los conflictos se resolvieran a base de fuerza y testosterona. Esa necesidad, procesada por estudios de marketing, se puede convertir en una pose que se refleja en ficciones calculadas y poco atractivas. También era necesario que el humor demostrara que puede seguir existiendo libremente en un mundo hiper condicionado por la ilusión del ruido de las redes sociales.
"¿No es que era uno solo por minoría?", pregunta el guardia peruano cuando integran a un segundo judío a División Palermo (Martín Piroyansky, en un papel breve pero clave en la historia). Su comentario produce un alivio cómico ante cualquier prejuicio y marca la pauta de lo que vendrá. De ahí en más, nadie se salva del humor y esto llega a niveles absurdos como cuando el protagonista se cruza con un grupo de ambientalistas que pretenden salvar un árbol en una esquina o el delirante final con el que se resuelve la trama.
La aparición de División Palermo descontracturó los aires del streaming, del mismo modo que ¿Y dónde está el policía? reafirma que el viejo humor (la película original es de 1988) todavía puede ser reciclado. El humor es tan necesario como siempre lo ha sido para afrontar la realidad. Y aquí, tanto en pantalla grande como en otras menores, hay dos ejemplos de cómo evoluciona sin necesidad de excluir a nadie.