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Monsters de Netflix. Fotos: Difusión
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Qué ver: Monsters, juicios mediáticos y morbo bajo la lupa

Matías Castro

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El productor Ryan Murphy estrena su nueva miniserie, basada en un caso real de dos hermanos que asesinaron a sangre fría a sus padres. La historia fue televisada y recreada varias veces, pero Murphy le agrega nuevos condimentos y permite formularse otras preguntas.

8 Agosto de 2025 09.52

Desde que los años noventa sustituyeron a la década del ochenta como el objeto del culto a lo retro, todos sus tópicos han vuelto al tapete. La ropa, la música, la televisión, la política, los primeros juicios televisados, también los prejuicios, el desconocimiento sobre asuntos delicados y la fascinación por los asesinos. Esa es la materia que alimenta Monsters: The Lyle and Erik Menendez Story, miniserie de Netflix que está en carrera por los premios Emmy. 

Una historia ya contada

Tal como dice la abogada que defiende a los hermanos Menéndez, no se trata de quién, se trata del por qué. Si bien esa frase se lanza en el capítulo siete, el concepto está presente desde el primer episodio, incluso se hacía explícito en los avances: Monsters es la historia de dos hermanos que matan a sus padres y que fueron presos de por vida. 

¿Vale la pena navegar durante nueve horas por esa trama cuyo final conocemos de antemano? Los productores Ryan Murphy (uno de los más importantes de Estados Unidos, creador de Nip/Tuck, Glee, American Horror Story, Feud y otras) e Ian Brennan apuestan a que lo vale. 

Por eso ponen al crimen en el inicio para luego ir deshaciendo los nudos y mostrar las diferentes alternativas y reveses que se vivieron en un juicio que se convirtió en uno de los primeros protagonistas de los procesos televisados en Estados Unidos. Partamos desde lo conocido para desenredar la madeja y formularnos preguntas a través de la ficción.

La historia tiene elementos compartidos con otra docuserie reciente, la del asesinato de Nora Dalmasso (Netflix): una muerte sórdida, con tintes sexuales que abría las puertas a rincones oscuros de la alta sociedad y desataba una fiebre mediática desmedida. El crimen con todos estos condimentos, se empezó a convertir en show en los años noventa. 

Aunque La ley y el orden en 2017 ya le había dedicado una miniserie al caso de los hermanos Menendez, con esta nueva serie aquel show de telerealidad de los noventa se convierte en un sobrio espectáculo de ficción para alimentar la cada vez más intensa marea del streaming. 

Monsters de Netflix. Fotos: Difusión
Monsters de Netflix. Fotos: Difusión

Comencemos por el final

El primer episodio de Monsters trata del asesinato propiamente dicho. Brutal y planificado con aparente frialdad. El segundo muestra lo que hacen los hermanos luego de los asesinatos. El tercero ya los pone frente a la justicia. Ahí empiezan las revelaciones. Si el salvajismo de los escopetazos que le dan a sus padres impacta visualmente, las revelaciones y confesiones sucesivas horrorizan sin necesidad de mostrar, solo con palabras explícitas y buenas actuaciones. 

Chloë Sevigny y Javier Bardem se encargan de interpretar a los polémicos padres de Lyle y Erik. Ambos actores fueron nominados al Emmy y esto no ha sido en vano. Cae sobre sus hombros la tarea de encarnar posibles versiones de sus personajes, desde las monstruosas y pusilánimes hasta otras más tiernas. 

Todo lo que se ve de ellos aparece en escenas recreadas a través del relato de otras personas. En ese sentido, si bien esta miniserie no es de las mejores que ha gestado Ryan Murphy (Feud podría estar en el podio), se apoya en una idea muy interesante. Esa idea es la de trabajar sobre lo que ocasionan las proyecciones imaginarias en torno a un hecho real. 

El nivel de crudeza de los detalles que cuentan los hermanos sobre los abusos sufridos por parte de su padre provoca rechazo y también indignación. Nada de eso se ve. Y como no se ve, son palabras y, para los otros personajes, son cuestionables. 

Todo el asunto es testimonial porque, en definitiva, se trata de un drama de juzgados en el que la verdad que se busca es el motivo de los asesinatos. En ese sentido, el juicio corresponde inequívocamente a su época (¿qué juicio no respondería a su tiempo? cabría preguntarse) porque a los varones que confiesan haber sido abusados no se les cree y al patriarca rico y poderoso cuesta concebirlo fuera de su lugar de buen padre de familia. 

Visto con lentes del siglo XXI, el testimonio de los hermanos sería evaluado de otro modo. La revisión de las denuncias contra Woody Allen y Michael Jackson en la última década son una muestra de esos cambios de puntos de entendimiento acerca de las historias de abuso.

Monsters de Netflix. Fotos: Difusión
Monsters de Netflix. Fotos: Difusión

Distancia de juicio

Los sellos de identidad de Ryan Murphy están presentes aquí. Alta sociedad, morbo, sexo, secretos, crímenes y apariencias. Además, hay una agenda y un compromiso social de su parte, al poner sobre el tapete con bastante constancia el universo de los prejuicios ante el mundo gay y volverlo protagónico. 

Por otra parte, hay un acierto en el enfoque que le imprimen Murphy y Brennan junto a su equipo de guionistas. Consiste en dejar que el espectador perciba la distancia temporal entre un posible juicio actual sobre el mismo caso y lo que sucedió hace treinta años. 

Ryan Murphy ya había hecho su cuento de hadas con la miniserie Hollywood, una versión idílica sobre lo que hubiera podido ocurrir a mediados del siglo XX en un sistema en el que las minorías fueran tomadas en cuenta. Con Monsters le permite al espectador hacer su propia evaluación, propuesta muy distinta a la que tuvo la primera temporada de este proyecto, enfocada en el asesino serial Jeffrey Dahmer. 

En el vértigo de producción y consumo audiovisual, se agradece un tratamiento tan pausado como el que tiene esta miniserie. Desde ese punto de vista podría parecer una producción  filmada veinte años atrás. No hay trucos ni golpes bajos para atraer la atención, sino tiempo para que los personajes se expresen. El punto álgido de esto se encuentra en el capítulo cinco, que consiste en treinta y cinco minutos de una única toma, estable y enfocada una sola situación, el interrogatorio y la confesión de uno de los hermanos. 

El ritmo pausado contribuye a la reflexión y no impide que el interés se sostenga. A pesar de esta virtud, se puede decir que la misma historia podría ser contada con tres o cuatro capítulos menos. La duración es un mandato del streaming, que apunta a capturar nuestra atención y suscripciones durante el mayor tiempo posible. Cuando menos, aquí la capturan sin grandes trucos narrativos. Lo que importa, entonces, es el transcurso del juicio, las reacciones de los participantes y nuestras reacciones. 

Erik y Lyle Menéndez fueron juzgados en los mismos tiempos en que aparecieron las primeras acusaciones de abuso contra Woody Allen y un poco antes de que sucediera algo parecido con Michael Jackson. En ninguno de los tres casos se les creyó a las víctimas, aunque la gran diferencia radicó en que los hermanos fueron también victimarios de sus padres.

Ya sabemos lo que sucedió, una secuencia de asesinatos, un juicio y una condena a cadena perpetua. El por qué se los juzgó de esa manera y el por qué hoy se los juzgaría de otro modo (quizás), es el cuestionamiento que plantean estas nueve horas. Esa capacidad de formular una pregunta relevante vale tanto como las merecidamente nominadas actuaciones de Bardem y Sevigny. 

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