Imaginá esta escena: tu hija entabla una charla sincera con su muñeca Barbie sobre el acoso escolar, los secretos que guarda la familia y los miedos que más la inquietan. La muñeca escucha con atención, contesta con empatía absoluta y retiene cada detalle. ¿Es un gesto mágico o algo inquietante? Ahora pensá que esa misma conversación queda registrada, examinada y archivada en servidores corporativos ubicados a miles de kilómetros. Así se presenta la nueva infancia impulsada por la inteligencia artificial, un proyecto que une a Mattel con OpenAI.
La sociedad entre el gigante juguetero y los responsables de ChatGPT no se limita a otra apuesta tecnológica. Plantea una transformación profunda de la forma en que los chicos juegan, aprenden y generan vínculos emocionales. Aunque los anuncios de prensa prometen "experiencias lúdicas acordes a cada etapa" y "magia novedosa", en las oficinas ejecutivas y los centros de datos se configura un escenario mucho más inquietante.
Detrás del clásico empaque rosa
Cuando Mattel comunicó el mes pasado que incorporará la tecnología de OpenAI en los lanzamientos previstos para fin de año, no se habló de muñecas que repiten frases grabadas. Se trata de agentes conversacionales complejos que buscan conectar con la parte más frágil de la infancia.
La unión entre la creadora de Barbie y la compañía de ChatGPT marca un giro drástico en la industria del juego, porque convierte los juguetes en protagonistas activos de la vida emocional de los chicos.
Las consecuencias superan el entretenimiento. A diferencia de los juguetes clásicos que alimentan la imaginación, estos llegan con personalidad, intenciones y respuestas diseñadas por empresas que no solo acompañan el juego, sino que lo orientan y lo convierten en un negocio.
Cuando los juguetes inteligentes pierden el control
No resulta la primera ocasión en que la industria de los juguetes enfrenta un fiasco digital. El terreno está lleno de señales de alerta que invitan a cualquier padre a reflexionar antes de sumar la inteligencia artificial a la vida de su hijo. Un ejemplo claro fue CloudPets, los osos de peluche que prometían mantener unidas a las familias pese a la distancia. E
En la práctica, la información privada de más de 820.000 usuarios quedó guardada en una base de datos expuesta, y los atacantes la reemplazaron con una nota de extorsión que solicitaba un pago en Bitcoin. Las grabaciones de voz de los chicos, charlas íntimas pensadas solo para la familia, pasaron a manos de ciberdelincuentes que las retuvieron con fines de chantaje.
También está My Friend Cayla, la muñeca que aparentaba ser la mejor amiga de cualquier niño. La ilusión pronto se transformó en pesadilla. Expertos en seguridad hallaron que My Friend Cayla, una muñeca capaz de responder preguntas y conversar con los chicos, facilitaba a cualquiera que se encontrara dentro de un radio de diez metros acceder al sistema del juguete.
La conexión Bluetooth, carente de cualquier autenticación, convertía el dispositivo en una puerta abierta a intromisiones. El gobierno de Alemania tomó medidas contundentes, consideró a la muñeca como un equipo de espionaje y emitió una recomendación directa: destruir todas las unidades de inmediato.
La vigilancia sigilosa que se instala en tu casa
La característica que vuelve especialmente peligrosa a la inteligencia artificial en los juguetes es su habilidad de escuchar todo el tiempo. Los juguetes con inteligencia artificial que dialogan con los chicos también almacenan cada dato que registran, volviendo las casas espacios de recolección de datos corporativos.
Cada enojo, cada confesión murmurada a un muñeco preferido, cada discusión familiar se transforma en material valioso para el procesamiento algorítmico. La influencia psicológica se extiende mucho más allá de la simple capacidad de oír. Estos juguetes se crean para forjar lazos emocionales con los chicos, generando vínculos simulados que resultan verosímiles para las mentes en formación.
Cuando un niño confía sus temores a una muñeca con inteligencia artificial que responde con una comprensión impecable, no solo juega, sino que queda predispuesto a entregar sus pensamientos más privados a entidades programadas.
Especialistas en desarrollo infantil remarcan que esa cercanía artificial puede debilitar los vínculos humanos. ¿Por qué enfrentar la amistad complicada con otros chicos si el compañero artificial nunca critica, jamás discute y siempre sabe qué contestar?
Cuando la ley queda corta ante lo prometido
Las protecciones legales que existen para los chicos en internet resultan vergonzosamente insuficientes frente al avance de la inteligencia artificial. La Ley de Protección de la Privacidad Infantil en Línea (COPPA), sancionada en 1998 y actualizada en 2013, otorga a los adultos la potestad de controlar qué información pueden reunir los sitios web sobre sus hijos.
Sin embargo, la COPPA nació para una internet mucho más sencilla, en la que los chicos ingresaban a páginas de manera voluntaria, no en un escenario donde algoritmos instalados en juguetes revisan todo el tiempo su conducta y sus emociones.
La normativa establece que las compañías consigan la autorización de los padres antes de recolectar datos de menores de 13 años, pero la regla obliga a que los operadores notifiquen y obtengan ese permiso comprobable antes de reunir, usar o compartir información personal de menores.
En la realidad, esto suele terminar en un casillero marcado por adultos que no leen interminables textos llenos de jerga, lo que no representa el consentimiento informado que pensaron los legisladores.
Mientras tanto, la muñeca está vetada en Alemania, donde el gobierno la considera un aparato de vigilancia, y deja claro que algunos países toman la privacidad digital infantil con mayor seriedad. La dispersión normativa global hace que juguetes vetados en un país por violar la privacidad igual puedan aparecer en salas de juegos de Estados Unidos.
La conquista comercial de la niñez
El interrogante más profundo que deja la alianza Mattel-OpenAI no tiene raíz técnica, sino moral. ¿Es correcto que empresas privadas accedan sin restricciones a los años más sensibles del crecimiento humano? Cuando corporaciones con presupuestos enormes destinados a investigación psicológica y análisis conductual se enfocan en chicos incapaces de reconocer la manipulación, no se trata de competencia legítima, sino de aprovechamiento.
Estas compañías no se limitan a ofrecer juguetes; comercializan vínculos. Apuntan a que los adultos resignen la intimidad y la salud emocional de sus hijos a cambio de la facilidad de un compañero digital que nunca falla. Es un acuerdo perverso, disfrazado de colores brillantes y promocionado con supuestos aportes educativos.
La desigualdad de fuerzas resulta inquietante. De un lado, conglomerados internacionales que reúnen psicólogos, especialistas en datos y expertos en conducta. Del otro, chicos cuyo cerebro tardará muchos años en desarrollar el pensamiento crítico. No existe equilibrio posible y los daños se multiplican.
La decisión que se impone
La unión entre Mattel y OpenAI marca un punto crítico en la historia del desarrollo infantil. Existe la opción de adoptar el relato empresarial que presenta a los juguetes con inteligencia artificial como un paso de avance ineludible, o bien exigir que la tecnología sirva a los chicos antes que a los accionistas.
Se juega demasiado. No se trata solamente de elegir con qué objetos se entretendrán los hijos, sino de determinar qué relaciones considerarán aceptables, qué grado de intimidad darán por descontado y de qué manera aprenderán a entender sus emociones y a construir lazos genuinos.
El negocio del juguete intenta instalar la idea de que estos compañeros artificiales son una prolongación natural del juego. Pero nada tiene de natural enseñarles a los chicos a compartir secretos con algoritmos o alentarlos a valorar la empatía programada por encima de la convivencia caótica, rica y real que implica cualquier vínculo humano.
Los chicos merecen mucho más que desempeñar el papel de conejillos de indias en los ensayos de inteligencia artificial de las corporaciones. Necesitan juguetes que estimulen la fantasía sin espiar sus pensamientos, compañeros que inspiren la cercanía auténtica en vez de suplirla y una infancia sin los hilos invisibles de la manipulación digital.
La decisión todavía depende de los adultos. Sin embargo, con la inminente llegada de estos juguetes a los comercios, el tiempo para definir normas y medidas de protección se acorta. El problema no radica en si la tecnología influirá en su futuro. El problema es si lograremos influir en la forma en que lo hará.
Porque después de abrirle la puerta de la intimidad infantil a la inteligencia artificial, resulta imposible cerrarla. Y serán los chicos quienes carguen con las huellas de esa elección.
Con información de Forbes US.