"Muerto el hombre, impriman la leyenda", se supone que decían en el western Un tiro en la noche, de 1962. Así pasó a la historia, aunque la frase que realmente se dice en la película es "Cuando la leyenda se convierte en hechos, impriman la leyenda". La serie Menem, en Prime Video, remite a ese concepto a través del filtro de la fotografía como herramienta para construir una personalidad pública. Y es, además, una historia muy divertida.
El foco
Menem comienza en marzo de 1995, con flashes sobre la muerte de Carlos Memem Jr. Retrocede rápidamente hasta fines de los años 80 y nos presenta a un Carlos Saúl que hace campaña desde La Rioja, para competir en la interna peronista. Es difícil reconocer a Leonardo Sbaraglia detrás de su impecable caracterización, no solo por su maquillaje sino por sus gestos (la mirada gélida y dura que acompañaba su sonrisa es una de las características sobresalientes de su actuación).
En una de sus primeras decisiones, Menem contrata a un fotógrafo, interpretado por Juan Minujín, quien lo acompañará en los seis capítulos restantes. Su carrera hacia la presidencia, su ejercicio y sus maniobras lo tendrán casi siempre como testigo. Tanto el personaje de Minujín como su familia y lo que les va sucediendo, terminan siendo una suerte de representación del sentir del pueblo argentino, entre la duda inicial, la admiración, el deslumbramiento por el dinero y los cuestionamientos que empiezan a agrietar la luna de miel presidencial.
Elegir a un fotógrafo como personaje es todo un acierto de parte de los guionistas. Después de todo, la historia trata también sobre la construcción de imágenes públicas. Habla acerca de la conciencia de la imagen que se proyecta y de cómo se manipula la propia y la de los demás en ámbitos donde el político y el celebrity se pueden convertir en la misma figura. En ese sentido, una conversación entre Menem y su fotógrafo sobre cómo se sobreexponen las fotos da pie para contar la manera en que el ex presidente actuó vengativamente contra su ministro de economía, Domingo Cavallo.
Cada episodio agrupa, a grandes rasgos, momentos clave de la trayectoria de Menem. Su ascenso a la presidencia. La creación del plan de convertibilidad. Su conversión en figura mediática. Así y todo, hay un hilo narrativo que evoluciona y que continúa episodio a episodio de tal modo que lo atractivo no es solo lo increíble del manejo de la política que muestra, sino lo que irá sucediendo. En ese contexto se construye una tensión in crescendo que, desde el primer minuto, sabemos que apuntará a la muerte de su hijo en un helicóptero estrellado.
La historia y la ficción
Cualquier narración histórica es, en cierto sentido, una ficción; ya lo decía la historiadora Ana Ribeiro. Por más documentos y elementos con que se cuente, el historiador siempre reconstruye a través de sus formas y capacidades y crea un relato que puede intentar ser objetivo, pero que siempre encuentra el límite de lo humano. En las recientes ficciones televisivas sobre hechos históricos que han aparecido en abundancia, como las serie sobre Chespirito o Nubeluz (Prime), la de Guillermo Coppola (Disney+) o la de Luis Miguel (Netflix), el espectador acepta desde un comienzo que no verá un documental riguroso sino una reconstrucción artística. Pero no es disparatado que espere cierta fidelidad o, cuando menos, alguna revelación interesante.
La historia hecha por historiadores, entonces, juega en el borde de la ficción. Mientras que la ficción hecha por guionistas documentados, juega en el borde de la historia. La serie sobre Menem va un paso más allá y hace piruetas entre la historia, la ficción, el chisme y el rumor.
Cuando se escucha hablar a quienes conocen sobre Menem se entiende que se trata de un personaje fascinante que parecía de ficción. Tan fascinante como la década en la que se desempeñó como presidente, los años 90. Es tentador tomar todo lo que se dice sobre él, esté verificado o no.
¿A quién le importa la veracidad?
Uno de los capítulos se inicia con un descargo en el que los responsables de la serie advierten que ese episodio en particular será narrado en un orden antojadizo. Después de eso no queda lugar para la queja, porque se hace más explícito que en ninguna otra producción televisiva que lo importante es la historia y no la veracidad.
Aquí hay personajes que sintetizan a varias figuras reales, otros que son inventados y hay situaciones cuya verosimilitud puede ser discutible. El resultado es efectivo. Tanto como lo era, desde el lado del suspenso, la miniserie Chernobyl de HBO, que recreaba el infame accidente nuclear soviético pero tomándose unas cuantas libertades (un personaje femenino, por ejemplo, había sido creado para representar a un equipo de decenas de científicos).
La historia y la ficción se entrecruzan y se marcan recíprocamente en nombre del entretenimiento. Porque ¿qué más se puede decir acerca de Menem que no haya salido en la prensa, en libros y en programas serios y de chimentos? Solo cabe convertirlo en personaje, ponerlo en acción y divertirse con él, tal como parece hacerlo Leonardo Sbaraglia mientras baila junto a Ricky Maravilla en una escena maravillosa.
¿Importa si la frase de Un tiro en la noche es la que se dice en la película o la que muchos recuerdan? Importa a los cinéfilos y a quienes miren muy en detalle algunas cuestiones conceptuales. Pero lo que importa de esa discusión es que en cualquiera de las dos frases lo que trasciende es la idea de que la leyenda, cuando se graba en un medio (en ese caso, se imprimía en un diario), se convierte en real. ¿Importa si la serie consagra la leyenda y la enreda con la realidad que conocemos? La respuesta dependerá de lo que se busque a la hora de verla, aunque lo que es claro es que la serie no glorifica a Menem, sino todo lo contrario.
Pasaron veinticinco años desde el final de su mandato y cuatro desde su muerte. Bien valía una visión retrospectiva pensada para el gran público. Y más en estos tiempos en que la nostalgia ha virado hacia la década de sus presidencias.
Los noventa, como cantera nostálgica, parecen inagotables y han superado a la ola de culto retro por los años 80, que imperó hasta no hace mucho. Tal parece que los amores retrospectivos a nuestros pasados van por etapas, por lo que no sería raro que en algún momento encontremos obras enfocada en la primera década de este siglo. Lo cierto es que este es el tiempo de la Lambada, de Technotronic, Ritmo de la Noche, de la convertibilidad y la fascinación argentina por Miami. Todo concentrado y representado por las enormes patillas de un político inescrupuloso y de su entorno, aún peor y casi absurdo.