Las aceleradoras prometen abrir puertas: capital, mentorías, redes y exposición. Pero en la práctica, no todo proyecto accede a esa llave maestra. El relato de democratización convive con reglas silenciosas que ordenan qué innovación merece crecer y cuál queda afuera. Sectores privilegiados, etapas de maduración aceptadas, geografías con ventaja y hasta la forma en que un equipo se presenta en un pitch definen quién cruza la frontera del "acelerable".
En América Latina, donde las startups se juegan la supervivencia entre la volatilidad económica y la falta de infraestructura, el acceso a una aceleradora puede ser un atajo decisivo. Lo que está en debate es si esas decisiones reflejan un ecosistema diverso o si, bajo la retórica de la inclusión, se repiten siempre los mismos patrones.
"En UdeSA lo académico y lo emprendedor se potencian", dice Andrés Porcel, coordinador del Centro de Entrepreneurship de la Universidad de San Andrés. Su enfoque combina formación rigurosa con acompañamiento práctico, y busca que las startups lleguen con un nivel de avance que les permita aprovechar al máximo el programa. Esa exigencia de contar con un MVP y de trabajar sobre hitos concretos funciona como un filtro natural: más que excluir, orienta a que los equipos lleguen preparados para capitalizar la aceleración.
Los criterios que moldean el acceso
Emprelatam defiende un modelo equity-free que busca alejarse de la lógica puramente financiera. La aceleradora ya acompañó a más de 1.100 startups y scaleups en toda la región. "No filtramos por la universidad a la que fuiste, el lugar donde vivís o de quién sos amigo", asegura Juan Manuel Amorós, CEO y fundador de Emprelatam. Pero en ese afán de abrir la cancha, también quedan afuera los proyectos demasiado incipientes o los que requieren grandes inversiones en ciencia.
Para Amorós, lo central es el equipo: la capacidad de aprender y ejecutar más rápido que el promedio. "Un equipo ágil, comprometido y con capacidad de aprendizaje suele ser un predictor de éxito más confiable que una facturación aún volátil", plantea. El énfasis en el talento fundador marca una diferencia frente a otros modelos, aunque también deja en evidencia que las startups de maduración más lenta enfrentan un camino distinto para mostrar resultados.
Desde el sector público, la Agencia Córdoba Innovar y Emprender se propuso compensar esa brecha. "Generamos convocatorias específicas para startups de base científica y tecnológica bajo el modelo de coinversión", explica Gonzalo Valenci, director ejecutivo de la Agencia. La intención es clara: abrir espacio a proyectos que el mercado descartaría por sus tiempos largos y que ningún beneficiario puede acceder dos veces al mismo programa, con la idea de evitar un club cerrado.
Ajustarse o resistir al molde
Para las startups que logran entrar, la aceleración puede significar tanto un salto de escala como un proceso de adaptación forzada. Lorenzo Sacerdoti, CEO y cofundador de Cresium, recuerda cómo Pygma los empujó a mirar más allá de las fronteras locales. "Principalmente, empezar a ver el negocio con una mirada regional y no solo enfocarnos en Argentina", señala. La lección fue valiosa, aunque no estuvo exenta de tensiones: aprender a pensar como inversores sin perder de vista la visión original.
En esa adaptación, el riesgo es volverse demasiado homogéneo. "Aprendimos qué buscan los fondos de inversión y los ángeles para que una compañía sea atractiva", cuenta Sacerdoti. Al mismo tiempo, reconoce que el verdadero diferencial estuvo en lo intangible: la red de pares y el hábito de rendir cuentas semana a semana. Esos espacios, invisibles en las métricas, son los que terminan marcando la cultura de trabajo.
Porcel lo observa desde la vereda académica: "De las startups que no se sostuvieron aprendimos la importancia de reforzar la validación temprana de clientes, la dinámica de equipos y la estrategia de financiamiento". Su testimonio muestra que incluso en programas de prestigio, el fracaso no desaparece, solo se convierte en insumo de rediseño. Lo que cambia es quién puede permitirse fallar: para algunos, es aprendizaje; para otros, el final del camino.
La aceleración como espacio de poder
Los relatos oficiales suelen resaltar la transparencia y la objetividad. Pero los testimonios dejan ver que detrás de cada selección hay tensiones inevitables. Valenci insiste en que la agencia asegura imparcialidad con jurados externos: "En muchos casos convocamos jurados internacionales para garantizar que no haya conflicto de interés". Sin embargo, el procedimiento también ralentiza el proceso, un lujo difícil de sostener cuando la ventana de oportunidad de una startup se mide en meses.
Amorós agrega otra capa: "El futuro de la aceleración en la región pasa por más datos y menos narrativa". Su advertencia funciona como espejo: incluso en los modelos equity-free, la narrativa sigue siendo crucial y quienes no dominan el arte de contar su historia quedan en desventaja.
Lo que emerge, entonces, es un mapa de poder distribuido entre aceleradoras privadas, universidades y agencias estatales. Cada actor promete inclusión, pero todos establecen condiciones. Sacerdoti lo sintetiza desde la experiencia de Cresium: "la forma de mostrarnos frente a inversores fue la mejor herencia del programa, porque nos obligó a pensar en grande". Esa herencia convive con la pregunta incómoda: ¿qué pasa con los que no logran entrar al radar?
La aceleración, lejos de ser una pasarela abierta, sigue siendo un espacio donde se decide qué tipo de futuro tiene lugar y cuál no. Y esa decisión, aunque parezca técnica, es profundamente política.